lunes, agosto 24, 2015

EN EL TRAYECTO DE LA CONSTANCIA DE HACER Y PENSAR

Suena la alarma, son las 5 am., no puedo levantarme, quiero dormir un poco más, pero un temblor me pone de pie de inmediato, soy muy nervioso para quedarme recostado y esperar a que todo pase. Ya listo, todavía no puedo abrir bien los ojos, me pesa el cuerpo, las pesadillas a diario son un tedio agotador que ya no sé como solucionar. Antes de salir quiero dormir un poco más, lo necesito, abro la puerta de la sala y me recuesto en el sillón, descanso y a los pocos minutos duermo y ronco, lo siento como si me viera hacerlo, es tan consciente y ridículo a la vez que me levanto de un brinco, salgo raudo, junto la puerta de la sala con el tapiz, saco mi bicicleta de entre otras que están apoyadas a la pared, apago la luz de garaje y ya no hay marcha atrás, todo queda oscuro y yo tengo que hacer lo que no podré dejar de hacer si quiero mantenerme bien, correr, ejercitar el cuerpo, exigir mi voluntad, despertar todos mis sentidos antes que el sol me encuentre aceptando el peso de la rutina tal y como es, y dejarme al corriente de todas las consecuencias sedentarias. En el complejo deportivo, mi espacio de ejercicio se ha convertido en un recorrido introvertido, es una propiedad tan espaciosa a lo ancho y a lo alto, con el frío nocturno que me agrada respirar y como envuelve mi rostro. A veces como hoy que despierto a medias, corro con desesperación y no quiero ceder al descanso, no hay tregua, me agito pero me resisto e intento desplegar toda mi fuerza y rapidez, bajo, subo, me aliento a seguir a pesar de los inconvenientes al respirar el aire frío. Finalmente he cumplido, es lunes y quiero que sea diferente, me siento diferente y muy motivado a conquistar este mundo que desea doblegarme para ceder a todo lo que veo a diario y que jamás voy a aceptar como destino. 
No se si todo sucede en mi cabeza, a diario es lidiar, mi cuerpo obedece sin replicar, el dolor y la costumbre ya no importan, mis pretensiones de algo mejor en un momento incierto gobiernan la síntesis de lo que hago, corro, leo, pienso mucho, experimento diálogos y comportamientos que me desvíen en algo singular y me mantengan con los ojos fijos en el constante círculo de hechos que para todos pasan desapercibidos. 
Mi libertad no la cambiaría por nada.

viernes, agosto 21, 2015

El MITO QUE SOMOS, DE ALBERTO VEGA HERRERA


Por: Abel Rubio Loayza

Nació en Arequipa en 1932. Ha publicado Tierra interna (1956), Palabra natal (1960), La arena del tiempo (1965), Poesía (1970, 2002) y El Mito que somos (2015). En cada poemario se entrega de lleno a sí mismo, con el verbo unificado que purifica su experiencia estética, la que se afianza en el libro que informamos de conformidad con la tradición literaria peruana.

El motivo que lleva el texto encierra una variedad de propósitos y experiencias que van desde El arte poética a Las hetairas de Safo en parangón con la ciencia literaria y el autoconocimiento crítico que posee la poética de Alberto Vega en correspondencia con la secuencia estética, donde el poeta circunscribe las características valorativas del significante; de esta manera asistimos a su Arte poética, que argumenta: «el borrador/ del poema/ viene dentro/ en los genes», «Los poemas perfectos no existen/ porque la Poesía/ es impredecible/ No se sabe el rumbo exacto/ de lo llamamos inspiración». En El mito que somos: «Pero más que este poema/ hijo del ocio/ creador del mundo/ y autor secreto/ del enigma que es el hombre», « de ti solo queda/ el altar/ y no precisamente/ para desposarte». En Museo: «No existen dioses/ que no bajan a la Tierra/ a enmendar su perfección/ con un poco / de flaqueza humana». De Epílogo: « ¿lo que eres/ no interesa/ sino/ lo que los demás/ creen que eres». Vocatio ad cenam: « Por azar llegamos/ a este mundo/ y solo por suerte/ existimos todavía». El mar/ la mar: « el poema que hago a diario / como mi vida y mi muerte/ me corroe a cada instante/ como tú desgastas los peñascos». Tour: « Todo el museo de Luvre/ no puede con la risa/ de la Mona Lisa». Elogio de Santa Catalina: «Si hay un sitio / en el universo / donde Dios se animara/ a existir/ ese sería Santa Catalina». El Beso: « Y sobre todo tener bien puestos/los cinco sentidos en esta serenata/ que suele ser la carne», « Una blusa blanca de punto/esculpiéndole el busto/ponía el cielo a sus pies», « Hasta tus prendas íntimas/ eran de hilo negro/bordándome sobre tu sexo/le pena más excitante». Las hetairas de Safo: «El amor/es nuestras patria/ de que fuimos expulsadas», « yo me embriago/de ti/ para olvidar/ que debo recordarte», « Mi olvido te añora/ y sobre él/ te escribo/ este poema/ que nunca leerás/ como jamás/nos volveremos a tocar», « una mano en la cadera/ la otra tocándote/ el cabello/ que el viento acaba de agitar/ sobre tu frente/ ceñida de guirnaldas».

Es, pues, el fenómeno del mito el que nos conduce a situaciones muy profundas de la naturaleza humana; se encuentra profusamente disperso en los peldaños de nuestros actos o creencias; sin embargo, se suele emplear esta voz con demasiada irreflexión, esto es, con un vago sentido de perfección, sin considerar que es lo opuesto a lo razón y a realidad segmentada. Al mito no pretendamos asirlo como algo definitivo a ultranza; su esencia es algo inefable e incomprensible desde luego, por consiguiente, su identidad es muy confusa; le permite adaptarse a cualquier terreno o circunstancia como el magnífico grafotexto de Alberto Vega, El Mito que somos, que testimonia con su verbo el traslado de una serie de circunstancias específicas de su yo poético, y profundiza toda una gama de posibilidades estéticas que impresionan desde la primera página.



Nos suscribimos a él, por ser Alberto Vega uno de los poetas más completos de su estirpe en el continente, lo que nos lleva a una identificación a través de la lectura del libro, cual es, saborear su magnífico quehacer in perpetuum, pues su palabra otorga dimensiones inauditas en el espíritu del hombre humano que, según Umberto Eco, sería específicamente la lectura de una persona modelo y no, por supuesto, la del lector netamente empírico.