martes, noviembre 30, 2010

EL DISFRAZ DEL DESCONOCIDO


Con mi eficiencia he querido decir
que el amanecer me ha acogido muy bien,
no he tenido malentendidos, solo bienestar y preparación metódica.

Ahora que comienzo a caminar en el país de sombras
recuerdo entre la muchedumbre
mi desconcierto público que había padecido como una emergencia
de dramatismo obligado.

Me había acostumbrado al disfraz
al parecerme al desconocido de otra época
y al introvertido de pocas relaciones,
cuando me sentía a gusto en compañía de mi sinceridad
-en concordancia con las circunstancias-
y al calor insufrible de mis recuerdos permanentes.
A través de las diferencias
una se destila más que la otra
y la otra se hace cada vez más influyente, indeterminada.

Tiemblo cuando me ocupo de las debilidades
porque no puedo ver con certeza la verdad
que aguarda en el secreto de siempre.
Ignoro lo que se comenta
me limito a la disciplina y los poderes de la imaginación,
basta seguir a pie la larga tregua
y la múltiple maldición
de presencias y ausencias.

Tuve confrontaciones sin riña, confiaba mi sendero a la improvisación, al recurso libre de otros semejantes que por costumbre decepcionaban al sentido ilógico, porque mis manos se doblaban por natural abstracción.
Tuve poco que ver y sin embargo el intercambio de desatinos e improperios era moneda corriente y asalto, ¿qué podía hacer?, dejar las cosas intactas, desvanecerme en melancolías, carecer de oficio, obligarme a la historia resignada de la voluntad inmadura.

miércoles, noviembre 10, 2010

DOBLE SENTIDO


Es un lugar que se desflora desde todas las sangres,
la frescura se siente y se opaca con diversas coreografías que no merecen nombrarlas;
en el progreso la vergüenza se esconde en el patio trasero
debajo de figuras folclóricas, entre las risas desfiguradas,
adquiriendo tendencia por el contrabando,
en comparsa con el desorden de la cultura rica en sabores,
entre combinaciones de picardía y otros sentidos criolleros,
los que demuestran la habilidad empírica que da el ocio del abatido
del desfavorecido frente a la alta civilidad que le es esquiva
ausente de esa reputación que la hipocresía en billetes desbordantes de economía en bruto no ha podido aspirar,
ni con el lavado, ni con la falsificación, ni con la manipulación de cifras.

La felicidad de asumirse
en el descaro de la corrupción cuando todo es fiesta de la ignorancia
con compañías que se hacen de doble filo
porque no hay confianza por ninguna parte, solo compañía,
se agudizan
la psicosis moralista, la locura del resguardo,
la inmolación al individualismo crónico como envuelto en varias maneras y de distintas indiferencias
la cobertura hacia sí mi,smo,
los engaños sucesivos como síntomas temperamentales del instinto colectivo,
la carga de miedo por el origen de clandestinidad,
el perjuicio de sumisión  interiorizado en núcleos de parentesco,
la cara opuesta con el rostro encajado en la misma patraña
el recibimiento cálido dispuesto a todo mientras una vida de simplicidades no apura pero el desespero apremia,
y los manuales del buen hospitalario renovándose en avaricias miserables
del progreso atropellado
a costa del decente, humillando al sensible,
corrompiendo al virtuoso que suele dignificarse con el índice  
y el resto austero
en una aventura republicana perpetua de informalidades.