jueves, diciembre 09, 2010

ACUARIO I


Me debo a nuevas perspectivas, y ya me había olvidado de ti, pero con el correr de los días apenas si he podido recordar cómo era pasarte por alto luego de verte algunas veces, reinventarte nuevamente y soñar contigo entendiendo laberintos que nunca dejaron de faltar.

En esa vida paralela donde había formado una soledad básica y prolongada, no he podido separarme de esos vacíos que me hacían feliz porque además de mis menesteres –que desconocías y desde luego les habrías tomado como baladí- me acogían los recuerdos de tus juegos de insinuación sin falsedad, casi indomables y sin consentir riesgos que eran una estupidez el asumirlos. Todo se volvía tuyo y de nada podía prescindir.

Las mujeres de mis historias no son tan insistentes como lo sigues siendo tú.

Lo peor es que me atormento con recreaciones extrovertidas que nunca se dieron, con el afecto que te he dedicado, diferente a romanticismos típicos, queriéndote sabiendo los prejuicios y prohibiciones, te había amado desde aquella inocencia y desde las condiciones ordinarias. Mi manera de querer ha sido tu manera de jugar, te amo desde mi oscuridad y confieso no he puedo olvidarte; seguro tú alguna vez pensaste que podríamos llegar lejos, escondernos para que no nos vean más y para que las piezas temerarias nos den la posada de las diversiones que sabíamos conciliar.

Me da inmensas ganas de empezar contigo estas revoluciones interiores que se están alimentando desde este luctuoso futuro. Quiero vivir de noche y conocer tu indiferencia de día, quisiera vivir de tu inflexibilidad -la he vivido con fervor y a consciencia- y quisiera hablarte en largo aliento sobre lo que siempre he sentido por ti.

El día que te quedaste sola
yo me quedé en el pasado,
y en ese tiempo que no se conoce,
aburriéndome de libros
y soñando apresuradamente con pretenderte otra vez
-pretenderte con comedia-,
imaginaba regresarte alrededor de la mesa
en la residencia amoblada,
con los recursos equitativos para no acabar nuestra persecución;
regresarte al baile de veinteañeros,
para reconocerte y reírnos en complicidad de las formalidades
entre los que nos vieron
y los que aún no sospechan que además de algunos vínculos
tenemos algo más en común que sabemos conservar.