miércoles, enero 20, 2016

CAZANOVEL

CALOR COMO FUEGO; SUDOR COMO SANGRE Y MI PATRIMONIO DE HIELO

Cuanto tiempo sin nada que decir, todo lo contrario, quizá tenía mucho que decir y simplemente estuve reprimiendo todo mi sentir, impidiendo en mi cabeza el elaborar pensamientos y deducciones prolongadas de ese inacabable mundo imaginario que solía desembocar en este blog.
La literatura es una corriente constante en mi vida, jamás dejaré de leer, es algo que defiendo a costa de cualquier otra responsabilidad doméstica que sinceramente no me importa. Jamás dejaré de pensar una crítica o crear algún prototipo de combinación emocional y ocurrente que se vaya entrelazando mientras realizó una actividad y comparto la compañía de alguien. Jamás dejaré de conocer más y más, de buscar historias, culturas, horizontes muy lejanos donde la literatura se esconde en callecitas y rincones urbanos tan semejantes como los que encuentro cuando voy completamente solo, emulando los pasos y reflexiones de hombres como yo, que se expresan en otros idiomas, creen en alguien distinto, visten extravagantes pero que sienten lo mismo al ver y tocar, al escuchar y percibir ese universo traslucido en otro tan patético y en otro tan superficial como el actual.
Me guiaré otra vez de las pinturas, me inspiraré al atender y guardaré tranquilo las ganas inmensas por declararle mis opiniones ya sea a alguien reconocido u otro completamente anónimo.

sábado, enero 16, 2016

ZOILA VEGA SALVATIERRA Y LA NOVELA: LAS SAUCEDO

Por: Abel Rubio Loayza

Después de María Nieves y Bustamante, autora de Jorge el hijo del pueblo, se encuentra Zoila Vega Salvatierra (Arequipa, 1973); autora de Cápac Cocha, primer Premio de novela corta «Julio Ramón Ribeyro» en Lima (2006), Acuarelas (2009); actualmente es profesora de violín e investigación musical en la Escuela de Artes de la Universidad San Agustín; es digna representante de la mujer arequipeña por la escritura estética que conlleva la tradición de la novela en el siglo XXI.
Los Saucedo, familia de abolengo arequipeña; don Ignacio padre, estaba ahorcado por las deudas y desea fervientemente casar a su hija Josefa con el licenciado Antonio Jiménez de Higuereta, para liberarse, en parte, por el engaño que había creado en desmedro de su hija.
Un día se hace presente en la casa de los Sauceda, la chola Rosario, para increparle una deuda a don Ignacio. Ella, recia mujer, dueña de un tambo en las afueras de la ciudad, llamado « El cántaro de Huacaycholo». Don Ignacio le arroja un puñado de monedas y le pide que se retire.
La segunda hija de Saucedo, María del Socorro, chiquilla, quien se había enamorado de Pablo Preciado, poeta que le daba clases de música, oratoria, caligrafía, etcétera.
Doña Francisca Canta, tuvo relaciones años ha con don Ignacio Saucedo y en la cual tuvo una hija (natural) llamada Rosario; él, mujeriego, asiduo cliente del «El cántaro», lugar poco alejado de la ciudad, cercano al poblado de Chiguata.
El Visitador Real, don José Antonio de Areche; el recaudador de la alcabala, Juan Bautista Pando, quien haría respetar el Quinto Real que significaba « pagar la quinta parte de las exiguas mineras».
Enrique Ibáñez de la Fuente, hombre de poderosas relaciones, se había codeado con la sociedad de Madrid, Londres, París. Por ser hombre de honor fue invitado a la mansión de los Sucedo. Este personaje jugaría un papel importante frente a los abusos de Pando; llegaría de Lima después de la Navidad, para cobrar los impuestos en nombre de la ley. Empezó su labor en el pueblo aledaño de Tiabaya.
Faltaba tres días para terminar el año de 1779, don Baltazar de Semahnat, se alistó para ir a Tiabaya a censar a indios, zambos y mestizos del lugar. El corregidor se hospedó frente a la plaza central. Parafón, su secretario, le avisó que habían puesto un pasquín en la iglesia. En esa época los pasquines se enviaban para lanzar advertencias ridiculizantes a los rivales. Vio que hombres armados lo esperaban en la plaza para hacerse justicia. Tuvo que refugiarse en Arequipa. Con tan motivo aparecieron papeles similares en la Catedral y en varios lugares; se habían extendido los pasquines por Cayma, la Chimba y Characato.
María del Socorro preguntó a Pablo Preciado ¿que era un pasquín?, le respondió que era « la voz de la libertad». En 1789 solía hablar el pueblo con firmeza mediante ellos, que era el único instrumento válido para manifestarse. Debemos añadir a propósito, que los arequipeños: « Son tozudos y difíciles de contentar. Cuando quiere hacer algo, lo hace antes que se le pida, pero cuando no quieren, se movilizan como mulas, no son obedientes sino arrogantes y tienen la maldita costumbre de protestar por todo».
Una tarde en el Golpe de Agua don Francisco de Alcántara de Sigüenza y su hermana doña Eufrasia, le advertían a Josefa que don Saucedo había transgredido su herencia, por eso quería casarla con el licenciado Higuereta.
Un día de tantos llegó Rosario a la casa Saucedo llevando consigo un pasquín. Lo había arrancado de la capilla de San Antonio, quien lo puso era nada menos que Matías Corrales, marido de Rosario. La revolución había comenzado con ellas: Rosario, Josefa y Matías Corrales; pero el poeta Preciado era el autor de los pasquines.
La asonada no se dejó esperar; empezó cerca de las diez de la noche, Josefa dormía; se levantó, sintió en la calle una llamarada de voces extrañas que decían «iViva el rey, muera el mal gobierno!». Don Ignacio dijo a su familia, voy a terminar esto de una buena vez, y salió; después de dar una vuelta, doña Juana le siguió cautelosamente y al ver a su marido envuelto en un manto de sangre; Josefa reconoció a su padre por las espuelas y el traje de milicia, quien fue hallado con el cráneo aplastado por un sillar.
En el pasaje Santa Rosa, Matías y sus hombres tenían algunos mosquetes, pero el arsenal eran picos y palas de faena. Rosario con las otras mujeres, se encontraban repartiendo chicha para asir la moral de los alzados. El resultado fue diecisiete arrestados y treinta y siete muertos. Al amanecer Arequipa fumaba la paz, había desistido de seguir en la brega. A la salida del sol, los cadáveres fueron colgados en la plaza para escarmiento de la chusma.
Llegaron a saber que Matías y su mujer se hallaban en Brasil trabajando en alguna mina de diamantes, y no se supo más de ellos.

Pablo Preciado, encontrándose aislado en una celda, fue enviado a la mazmorra del Real Felipe en el Callao, por ser intelectual de los pasquines. Enrique Ibáñez se perdió por dos años. Estuvo en Lima pagando a abogados, valiéndose de gente influyente para sacarlo de la cárcel a su amigo Preciado. Josefa se encontraba enamorada de Ibáñez. Se tomaron de las manos y fueron a saborear el famoso chocolate que maese Carbajo preparaba. Es el final de la novela de 457 páginas.