Por:
Abel Rubio Loayza
Nació en Arequipa en 1932. Ha publicado Tierra interna (1956), Palabra natal (1960),
La arena del tiempo (1965), Poesía (1970, 2002) y El Mito que somos (2015). En
cada poemario se entrega de lleno a sí mismo, con el verbo unificado que
purifica su experiencia estética, la que se afianza en el libro que informamos
de conformidad con la tradición literaria peruana.
El motivo que lleva el texto encierra una
variedad de propósitos y experiencias que van desde El arte poética a Las hetairas de Safo en parangón con la ciencia
literaria y el autoconocimiento crítico que posee la poética de Alberto Vega en
correspondencia con la secuencia estética, donde el poeta circunscribe las
características valorativas del significante; de esta manera asistimos a su Arte poética, que argumenta: «el
borrador/ del poema/ viene dentro/ en los genes», «Los poemas perfectos no
existen/ porque la Poesía/ es impredecible/ No se sabe el rumbo exacto/ de lo
llamamos inspiración». En El mito que
somos: «Pero más que este poema/ hijo del ocio/ creador del mundo/ y autor
secreto/ del enigma que es el hombre», « de ti solo queda/ el altar/ y no
precisamente/ para desposarte». En Museo:
«No existen dioses/ que no bajan a la Tierra/ a enmendar su perfección/ con un
poco / de flaqueza humana». De Epílogo:
« ¿lo que eres/ no interesa/ sino/ lo que los demás/ creen que eres». Vocatio ad cenam: « Por azar llegamos/ a
este mundo/ y solo por suerte/ existimos todavía». El mar/ la mar: « el poema que hago a diario / como mi vida y mi
muerte/ me corroe a cada instante/ como tú desgastas los peñascos». Tour: « Todo el museo de Luvre/ no puede
con la risa/ de la Mona Lisa». Elogio de
Santa Catalina: «Si hay un sitio / en el universo / donde Dios se animara/
a existir/ ese sería Santa Catalina». El
Beso: « Y sobre todo tener bien puestos/los cinco sentidos en esta
serenata/ que suele ser la carne», « Una blusa blanca de punto/esculpiéndole el
busto/ponía el cielo a sus pies», « Hasta tus prendas íntimas/ eran de hilo
negro/bordándome sobre tu sexo/le pena más excitante». Las hetairas de Safo: «El amor/es nuestras patria/ de que fuimos
expulsadas», « yo me embriago/de ti/ para olvidar/ que debo recordarte», « Mi
olvido te añora/ y sobre él/ te escribo/ este poema/ que nunca leerás/ como
jamás/nos volveremos a tocar», « una mano en la cadera/ la otra tocándote/ el
cabello/ que el viento acaba de agitar/ sobre tu frente/ ceñida de guirnaldas».
Es, pues, el fenómeno del mito el que nos
conduce a situaciones muy profundas de la naturaleza humana; se encuentra
profusamente disperso en los peldaños de nuestros actos o creencias; sin
embargo, se suele emplear esta voz con demasiada irreflexión, esto es, con un
vago sentido de perfección, sin considerar que es lo opuesto a lo razón y a
realidad segmentada. Al mito no pretendamos asirlo como algo definitivo a
ultranza; su esencia es algo inefable e incomprensible desde luego, por consiguiente,
su identidad es muy confusa; le permite adaptarse a cualquier terreno o
circunstancia como el magnífico grafotexto de Alberto Vega, El Mito que somos, que testimonia con su verbo el traslado de una serie de
circunstancias específicas de su yo poético, y profundiza toda una gama de
posibilidades estéticas que impresionan desde la primera página.
Nos suscribimos a él, por ser Alberto Vega
uno de los poetas más completos de su estirpe en el continente, lo que nos
lleva a una identificación a través de la lectura del libro, cual es, saborear
su magnífico quehacer in perpetuum, pues su palabra otorga dimensiones
inauditas en el espíritu del hombre humano que, según Umberto Eco, sería
específicamente la lectura de una persona modelo y no, por supuesto, la del
lector netamente empírico.