
Es cierto, sinceramente delicado pero convencional, porque en
tanto la expectativa acelera su ansiedad por participar de esos emocionantes programas, las ganas con cada título y título que no cesan en fluir como
historia, objetan en una desilusión reiterada, las emociones se secan y las
promesas se derivan en una torpe simpleza vacilante, y terminan siendo una
creencia rutinaria en que todo no va más allá de un resumen que apenas podemos
disfrutar, porque los vacíos de incomprensión y falta de creatividad se
hicieron más holgados, el absurdo por elaborar y concentrar hizo decaer a todos
los presentes en un bienestar ensombrecido, en la mediocridad humeante para
conformarse en las situaciones que son íntimamente nuestras, en algarabías a la
mitad, con los trajes formales que han podido civilizarnos, pero que sin embargo, nos tenían atados por el cuello, eclipsando la lucidez que apenas centellaba.
Aplaudir porque ya estamos allí, reír para olvidar quienes somos.
Nunca parecemos los protagonistas, nunca estaremos por
encima, los que están protagonizando, asienten preocupación
al desplegarse con su menuda capacidad, como lo hace cualquiera. Si el
reconocimiento es la fortaleza de quien lo obtiene, entonces ¿porque seguimos
anhelando miserias, cuando unos hablan y otros escuchan?
No quiero suponer nada, y no acepto las distancias y las
posiciones, me siento más importante aquí, que dirigiéndolo desde allá; oír por
debajo es mucho mejor que atenderlo con presencia. No creo en esa superioridad
que traspone en circunstancias felices, no las noto, no son evidentes en el
plano insignificante.
El sufrimiento es igual en todas partes, y la brevedad es
la búsqueda popular, por eso las etapas parecen fragmentos que nunca completan
nada.
Todos esperamos la bienvenida, o el comienzo, un
intermedio quizá, pero el final muy pronto se hace tan necesario como
inmediato. El aliento se acaba, el impulso es una mancuerna elemental que se
ejerce por costumbre.
¿Hacia qué trayectoria seremos plenamente, cuando estamos
fuera de tiempo?
Nos concentramos en la felicidad que tarda, no entendemos
el recorrido centesimal para intentar descubrir, y existir percibiéndonos sin
presiones y sin protagonismos.