viernes, diciembre 01, 2017

ENTRE DOS ORILLAS (la maldición del libro)


No quiero caer en vergüenza.
Al sentir la diversidad estridente al anochecer
y el tunder elíptico de los objetos vivos,
entiendo la revelación del café, del plato y la torpeza;
intentas recrear un puzle conmigo
tomando recuerdos de mis propias acciones ocultas en mi memoria.

Montas una vergüenza creíble con gotera
ante una luz menguada, que desentraña
el perfil de rostros húmedos descansando profundamente.

Estas convencido de mi anonimato a pesar de los hechos,
nadie puede percibirme
y es completamente cierto,
una paradoja de torpezas
acrecienta mi sentido defectuoso,
agudiza mis secretos,
me hace conformista para desistir
y me obliga a socavar
entre el que fui ayer
y quien soy en este mismo instante,
un completo incrédulo,
que olvidó elaborar bosquejos durante la vigilia.

Los recuerdos son semblanzas rústicas
transcurriendo en superficies impresionistas de Monet;
admiro el arte de morir en tierras desérticas
al abrazo del calor enigmático;
mi liturgia es pasadizo para creer más;
todos los rituales son escalones,
soñar despierto
leer antologías con el tacto
y acabar fatigado
por el día y los alimentos sin digerir,
es producto para ceder a un ardid de la conciencia,
sin embargo,
la disposición es una recreación maldita
mientras gotea el líquido negro
y yo contemplo –desfigurándome–
recordando el tiempo…
Tus rituales al perpetrar
son todos ellos un encantamiento místico
cuando todo ha sido un truco de la memoria,
y el trascender 
una sintaxis ordinaria de posesiones
en el acto reflejo,
luego con el proceder literal
y la revelación de diferencias,
la muerte se ha impuesto para desbaratar espejismos
y esconder errores en una tumba con pergaminos,
en un charco de café con gotera,
desatando el nudo y a empezar otra vez
sin daños colaterales por lamentar
sin más vergüenzas para sentirse intimidado.

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