Una simple deducción revela que cada noche transcurre sin novedad: la misma distribución de luces nocturnas, tanto en las constelaciones que alcanzamos a ver, como en los suburbios y el centro histórico de esta gran ciudad, hasta donde alcanza la mirada. En algún momento, como otros, pude haber creído que era oportuno celebrar el simple hecho de estar presente y percibir tanto la nada (el cero) como la inmensidad del universo (el número indefinido), ese gran espectro inmóvil que nos asombra y nos hace sentir insignificantes.
Pero esta vez es diferente. El tiempo se renueva, y la mente se cansa de la misma escena y de la constante introspección. La necesidad de pensar exige cambios, nuevas formas de conocer y apreciar las cosas. Ahora necesito explicar y reformular hechos que, aparentemente, son evidentes. Y ese es el punto central: me cansé de la evidencia, del asombro fácil, de las reflexiones que se limitan a repetir filosofías existenciales. Me cansé de observar el espectáculo inamovible, ya sea bajo el cielo despejado de otoño, invierno, primavera y verano –un espectáculo centelleante que antes me estimulaba a imaginar–, o bajo la humedad que se dilata en vapor, goteos, silbidos casi imperceptibles y aullidos prolongados, y alguna que otra especulación enigmática.
Lo cierto es que nada notable ocurre. Nunca un hecho extraordinario sucede ante individuos o multitudes, nada increíble se manifiesta, nada fantástico se traslada. Apenas recuerdo haber visto una oleada de fuego, impulsada por fuertes vientos, recortándose contra la silueta nocturna de montañas lejanas. Nada más. Todas las noches han sido ordinarias, meras copias con errores o adiciones mínimas, que apenas sugerían la diferencia entre un día y otro.
Si no existiera una guía como el calendario (digital o analógico) y la medición del tiempo como una magnitud física para evaluar hechos trascendentes e intrascendentes, alguien que hubiera perdido sus facultades humanas no notaría qué día es hoy. Le daría igual si fuera martes o domingo, abril o noviembre. No le importaría la diferencia entre la luz y la sombra, ni las limitaciones que implica el ciclo de veinticuatro horas para el orden biológico o mental. En cambio, se guiaría por las grandes etapas de la historia de la Tierra (o, tal vez, por los periodos marcados por hechos destacados en la biografía de un individuo, o por acontecimientos impactantes a nivel colectivo), por el estudio del deterioro de los monumentos, o por la desfragmentación de bloques continentales, los fenómenos geológicos o los efectos de un cambio climático, impredecible como siempre. Este cambio climático, desde hace un tiempo, nos lleva a prestar una atención específica y preocupante a ese espacio común que suele ser un tiempo sin registro. ¿Acaso mi habilidad para percibir el mundo a través de mi experiencia personal es una barrera que me impide acceder a conocimientos ocultos, debido a una exigencia cada vez mayor dentro de mi propio laberinto mental?
La realidad nos confina a aceptar incidentes menores, sin nada que destacar. Solo un ilusionismo en un escenario perfecto, hecho de creaciones impresionantes e inalcanzables. A veces, puedo ser un testigo privilegiado de este escenario, lidiando con acertijos y visiones pretenciosas que pronto se revelan vacías, como si ya lo supiera de antemano. Sin embargo, en este mismo instante, hay procesos en marcha: la materia que absorbe el agua, los insectos que se desplazan, los aullidos de animales que nunca descansan y permanecen alerta a cada movimiento, las corrientes de aire frío que se cruzan en una quebrada, la formación de hielo en charcos y grietas, los vegetales que brotan como un milagro, las plantas hermosas que desprenden hojas de colores, otras que renacen de la hojarasca, seres vivos indistintos que se renuevan, algunos en plena metamorfosis a la luz de la Luna. Regimientos de animales minúsculos construyen o destruyen un ecosistema. La infiltración perjudica las construcciones. El agua baja por desembocaduras artificiales y naturales. Elementos se filtran, potenciando capas, creando circuitos de inmersión, cristalizándose en composiciones que beneficiarán a alguien o algo, y asentándose en un punto común. Allí, todas las corrientes subterráneas convergen, distribuyendo a cada ser vivo la proporción adecuada de materia para seguir viviendo, para continuar su desarrollo y el de una nueva existencia, o para desperdiciarla intencionalmente en otros subprocesos de unidades orgánicas imperceptibles al ojo humano.
Lo cierto es que el vapor, al elevarse, no crea criaturas nocturnas con la intención de atormentar a los soñadores, a quienes deambulan sin rumbo, a quienes permanecen despiertos por actividades sospechosas, o a los frenéticos que comparten su libertad hasta perder la conciencia y son sorprendidos por el amanecer, con sus pensamientos revueltos y la percepción confusa de la noche anterior, atribuyendo sucesos fantasmagóricos a una simple botella vacía que deforma la realidad a través del cristal.
Tal vez, en un mañana como hoy, la única forma de conocer algo inimaginable, algo que escape a lo evidente, sea a través de lo microscópico o de lo etéreo.
Pesadumbre & Pesimismo
Nada nos sorprende desde el cielo,
nada sobrenatural emerge de la tierra,
nada extraordinario surge después de un aguacero interminable.
Solo la tragedia, causada por la fijación a un orden preestablecido
y la irresponsabilidad humana.
Nada espectacular revela una transformación
en esa franja de penumbra,
en la intensa humedad y el silencio penetrante.
Apenas si puedo percibir
las revoluciones de ciclos que escapan a mis sentidos.
Nunca he visto hombres gigantes en terrenos desérticos,
ni espectros incoloros levitando
mientras me invadían escalofríos.
Nunca he presenciado la evidencia de ectoplasma
en un ambiente de lucidez,
ni he visto sustancias fantasmales propagar argumentos de horror
o perturbar al monótono hombre de ciudad.
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