lunes, marzo 03, 2008

CULTO SEMEJANTE


A lo largo del tiempo el hombre ha coexistido en una naturaleza de incógnitas venerando la imagen de animales como el perro, los felinos, las aves, peces, en fin animales del día y la noche, del aire como del suelo o del mar. Posiblemente le atrajo la curiosidad de sus acciones, sus rituales de convivencia, el cortejo de apareamiento, sus formas graciosas, su belleza extraña, no obstante lo que principalmente llamo su atención fue su misterio existencial.

Vemos en los animales y su ausencia de significado frente a la no articulación del lenguaje de las palabras que a nosotros nos hace extensos, abstractos con juegos indefinidos, vemos en esta herramienta nuestra posibilidad de ser. Los animales no se expresan como nosotros, no emiten estos vocabularios elevados de entendimiento, pero cómo centellean con su palabra ausente, balbuceante, prometedora, ávida de otros horizontes o quizá de otros planos donde estén habitándolos ya.

El humano no puede humanizarse solo, y necesita de los animales para tal proceso. Alberto Caeiro, el maestro principal de Fernando Pessoa, fue un poeta de ficción elaborado por el mismo Pessoa, quien lo anulo de sentimiento y quien se convirtió en prácticamente un abominable: un hombre que no siente. Es decir, Alberto Caeiro era un poeta que contemplaba el mundo con el pensamiento, absolutamente. Con este conocimiento los animales se entienden como la belleza contraria: abordan el mundo con el máximo sentimiento y la intuición. Sienten más con la ingenuidad no reprimida por la razón. Y eso es curiosamente interesante.

En las creencias más pretéritas, en la vida cotidiana, en la poesía, solía aparecer un animal revelándonos algún camino, algunas veces era el significado de la libertad, también del instinto, de los sentimientos corriendo sin el obstáculo de la cultura, sin los prejuicios de sociedades superficiales.

Lo que ignoramos de ellos se termina cuando su mirada colisiona con la nuestra y observamos la cara estática y firme de la naturaleza que realmente somos, sin trascendencia más que la de ella misma, la de vivir y morir con el culto a la vida.

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