lunes, julio 22, 2013

REVOLUCIÓN CENTINELA


Medianoche del martes y madrugada del miércoles, como cualquiera, no tengo deseos de recostarme y dormir, (quizá porque arrastro la maldición de Raimondi y la Cruz), en ceder sin oponer resistencia a que las horas sigan trascurriendo en intervalos insondables, mientras la profundidad de todos los recuerdos condensados se alternan en una sucesión aleatoria que me deja caer cuando apenas sobresalgo airoso en la calidez acústica, y me deja vivir libre al corriente de excesos fortuitos que disminuyen la fluidez sistemática que intenta componerme entre abruptos y traspiés a ciegas, alrededor de quebrantos y anhelos interrumpidos por síntomas de traspiración resecados de inmediato con la carga de melancolía impregnada en cada artificio y solución metódica de expresión. Me alivio creyendo en las intenciones de mi corazón sincero imponiéndose y el raciocinio agazapado contra los anhelos de brío ordinario formando el diagrama común del ambiente cómodo para neutralizar las formas y resignar las causas. Me aborrece asimilar ese futuro que no es para mí, cuando la sintonía se proyecta desde afuera e intenta obnubilar. Cierro los ojos y los abro para descubrir los errores y los aciertos contrastados en la plataforma irreal que siento cuando respiro sin dificultades, cuando el alma obstruida desde la visión, decrece del núcleo mismo de todas las antologías parentales, representadas en el relieve áspero de manos fatigadas que se revelan emotivas de orgullo y albedrío a la luz de una luna convertida de pronto en la constante evolutiva [del equinoccio] agitado por temporales paralelos a la duración de alucinaciones volubles que me inducen a tiritar sin moverme, esperando algo más del cosmos, a que ruede en espirales de fórmulas y acertijos esclarecedores, que estalle en mil colores desde la oscuridad negativa que no tiene astros; sin embargo espero mucho más, cuando el clima se hace muy adverso y la ignorancia aplasta la convivencia de miserias y podredumbre. Nadie puede ver [como el centinela] esa conglomeración que aparta arriba de abajo, se borran todas las evidencias, un nuevo aullido, un accidente a lo lejos cuando los relámpagos extienden en vertical su exotismo en rayos equis que parten la superficie y atormentan a esa civilización plana que no logra rehacerse del unísono popular en descanso, de la sugestión en cada periodo de inercia.

Bajar los brazos en estas condiciones, ceder sin carácter por el atropello de fenómenos que nos reducen a reponernos en un contexto experimental, con las facultades que gotean sin sobresalto en este tiempo absurdo sin pausa, sin fundamento crónico para descubrir desde las minucias, el ángulo de las combinaciones, donde termina la capacidad que nos limita a continuar más adelante, porque no lo entendemos, y se abra una renovada ciencia del conocimiento entre tanta falacia y quimera.

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