jueves, junio 12, 2014

EL INVENTOR (relato)


Las imágenes creadas por el que sueña,
son pura superstición.
Y el sonido real de sus protagonistas
se distorsiona en heteronimia fictisia.*


Como siempre el auto no frena. Le dije que nos encontraríamos antes de llegar a la playa y no estuve allí, me pasé de largo, los frenos no respondían y el auto fue a parar más allá de la orilla, cerca al fondo del mar. Creí que en ese momento llegaría el final.
No pude sostener la promesa. Cuando trataba de salir del auto sumergido, sólo se me ocurría pensar cuánto daño le haría si no logro salir vivo de aquí esta vez. La presión que hacía el agua en las puertas felizmente no era muy adversa, empujé hasta abrir y pude salir casi ahogado antes que el auto termine cediendo hasta el fondo.
Al nadar de regreso a la playa, pude darme cuenta del lugar, estaba cercado por inmensas rocas estremecedoras, lo que lo hacía un refugio donde se almacenaba agua estancada de temperatura gélida. Al parecer nadie se atrevía a explorar este complejo natural; sus dimensiones intimidaban a cualquiera, provocaba escalofríos quedarse a contemplar cómo diablos se había creado semejante cañón, cuando el litoral por esta zona no tiene más que arena fina en muchos kilómetros. Lo cierto es que al estar rodeado aquí, no alcanzaba a observar todo el horizonte del océano, únicamente una brecha en dirección a las cero horas; y era extraño percibir un lugar sin sol, bloqueado permanentemente por estratos de nubes, merodeando en círculos por corrientes de aire arremolinados en toda la altura de esta estructura semejante a una fortaleza. Por un momento juzgué que este lugar servía como un botadero de basura, pero al fijarme bien, eran desperdicios de conchas y residuos de animales marinos desperdigados por todo este estanque negruzco.
Todavía estaba tiritando mientras me retiraba caminando hacia atrás, por alguna extraña razón no quería dar la espalda, habían ecos incomprendidos salpicando entre las rocas sobresalientes y sus agujeros, no alcanzaba a entender si eran aves o animales de cualquier condición, los que se habían alterado por mi presencia. Finalmente no pude ver nada, quizá solo era mi imaginación. De pronto recordé a Marissa, dos horas después yo aquí y ella muy distante, sin ni siquiera saber que pude haber muerto; en cambio estaría odiándome, y ahora por el resto de los días. Ayer no llegué a la cita en el restaurante y hoy no pude recogerla en la carretera como habíamos quedado por teléfono, o como yo le había suplicado. Tremenda desgracia, sin auto, sin chica, yo a punto de morir y ahora con un miedo aterrador, porque sentía que alguien me observada desde alguna parte de este maldito lugar.

Cómo rayos fui a parar aquí, lo único que recuerdo fue al auto desviarse de la carretera y entrar por esta ruta a gran velocidad; no respondían los frenos, los intenté todo y hasta quise salir disparado de la ventana pero me sentía débil y adormecido, apenas me sujetaba del volante con una mano y la otra tratándome de refrescar el rostro porque me sentía risueño. No tenía motivo para perder la razón, no lo tenía, lo único que me venía a la mente cuando me dirigía a la carretera, era Marissa, y su advertencia de que sería la última vez; quizá imaginaba lo tanto que nos habíamos amado en verano y lo muy torpe que resulté siendo en otoño. En todo caso, no fue eso, ¿quién no recuerda cuando está al volante? Sin embargo hay algo más, mientras se me hacía imposible detener la marcha del auto, comencé a repetir muy despacio y luego con más claridad, una afirmación y un nombre, «yo soy Lorenzo, yo soy Lorenzo...», no entiendo porque lo decía, yo no soy Lorenzo, mi nombre es Gonzalo y el amor de mi vida es Marissa, quise llegar a nuestro encuentro porque nos iríamos de viaje a donde sea, pero el auto se desvió del camino y yo perdí el control, no sólo de la máquina, también de mis facultades.

Este lugar se me hace cada vez más extraño, ya no tengo frío, me tropecé y caí, estoy boca arriba y no sé por qué no me levantó, veo al infinito y me doy cuenta de inmediato que alguien aparece en la cima de aquellas rocas. Es un sujeto de gran estatura —presiento que es un centinela—, viste ropas marrones corrugadas de un forraje muy sólido; levanta algo de suelo, al parecer un larga vistas de un solo ojo. A mí esta situación me está causando mucho temor, porque él no deja de apuntarme con eso, ya no tiene ese objeto en su ojo, lo tiene en su hombro y ahora se ha decidido bajar poco a poco por el peñasco abrupto de las rocas negras. Yo soy incapaz de levantarme, apenas si me arrastro al salir de allí entre la amalgama de conchas que se quebrantan con mi peso, mi enorme densidad que me impide ser ágil. De pronto oigo al unísono, algo esclarecedor, pronuncian LORENZO y es imposible que me confunda, puedo estar inerme pero oigo a la perfección; Lorenzo una y otra vez retumbándome los sentidos, ese sujeto que me quiere dar alcance y yo a como dé lugar resuelvo escapar. Al fin puedo correr, veo la playa, la arena caliente quemando mis pies y sol en toda su magnitud haciendo que baje la vista hasta encogerme en mi propia sombra.

Por fin en la carretera —pero me siento en medio de ninguna parte—, no transita ningún auto, no hay negocio cercano, no hay posibilidades de sobrevivir en este territorio descampado, es un lugar sin razón de existir, ya lo creo. Cuando estaba perdiendo la fe porque venga alguien y se compadezca en llevarme, se acerca un auto con las ventanas empañadas, apenas si puedo ver al conductor, no hay neblina, pero el sol destiempla y parece que lo hubiere, no me atrevo a levantar la mano, ya no estoy húmedo, ya no tengo miedo, hasta creo que olvidé todo lo que me pasó; el auto frena unos dos metros adelante de mí y se abre la puerta, una voz de mujer desde el interior me dice que me apresure, - ¡Vámonos!, Alexandra te espera con las maletas hechas, - ¡Vámonos Lorenzo!, ¿o acaso tú no eres Lorenzo?

Subo y cuando emprende la marcha, no sé porque se me viene a la mente el nombre de Gonzalo.

END

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