¡Cierra la maldita boca!
Un pedazo de metal cae del cielo y se clava perpendicular en el vórtice de la pérgola, a punto estuvo, si, pasó muy cerca de la imaginación, pudo y no pudo, ser o no ser, me quito la vida o se la arrebato, es una prueba punzocortante desde el punto de vista de quien todo acepta inmóvil con palabras contemplativas y quien se niega y se revela en la acción inmediata de una decisión completamente al unísono, en plena liberta de acto, sin albergar el costo definitivo de quietud y la contemplación del tránsito nocturno y la lista de verbos rudimentarios lanzados de una acera hacia la puerta de entrada del restaurante sofisticado que ofrece la mejor carta y es señalada como el fin último de un proceso decadente de superproducción.
Ningún deseo reivindicativo tiene por sentido entrometerse en las circunstancias predestinadas, nada se puede hacer, la cura de silencio evita no levantar sospecha, en la firmeza de asimilación un instante puede transcurrir sin la mayor influencia aun cuando todo siga girando en aspavientos alegóricos cerca a cualquier mirada como el contraste místico que todo ser pensante puede percibir cuando las cosas se despejan y sobresale la marea de un charco en toda la extensión, un segmento de riel, una paradoja de hechos sospechosos de causalidad y evidencia ante lo convencional, cosas vagas en permanente naufragio por aguas neutrales de inconsciencia, cuando hay un intento de adentrarse, dormir en sus profundidades y un brazo descolgado aparece como una señal inequívoca, la exposición a la vergüenza desliza en frío una llamada de atención, entonces todo vuelva a empezar en las mismas coordenadas.
Permanecer así, en la naturaleza inorgánica que simplemente refleja la esencia minúscula de todo ser expresivo en sí mismo, por lo cual nada es más sincero que soslayarse en el transcender del tiempo contándolo desde un rincón a baja luz, con intenciones inmutables, aceptar circunstancias para no responder y estar sometido a autoculparse un largo periodo quizá de pisadas tenues y de apasionamiento débil a consecuencia de diálogos cerrados por una razón nueva, un pensamiento floreciente que tan solo interpretará lo visto con un gesto y tal vez el movimiento singular para el cual el sonido es inexistente.
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