viernes, diciembre 07, 2007

J.M. COETZEE LECTOR

Una mirada a Los mecanismos internos (Inner Workings), reciente libro de ensayos del Nobel J.M. Coetzee.

Los mecanismos internos (Inner Workings), del Premio Nobel sudafricano J.M. Coetzee, reúne los ensayos sobre obras y autores que durante la primera mitad de esta década publicó -sobre todo en las páginas de la New York Review of Books-, el novelista de El maestro de Petersburgo y Foe, esos dos libros que prolongan y modifican a través de la imaginación verbal las creaciones y las biografías de Fedor Dostoievsky y Daniel Defoe, respectivamente.

Jorge Luis Borges -a quien dedica Coetzee un ensayo minucioso y lúcido en un volumen anterior, Costas extrañas- escribió, en el prólogo a su Historia universal de la infamia: "A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores". Todavía más excepcional, se diría, es la especie de quienes, como Borges y Coetzee, saben conjugar la creación artística con el ejercicio de la crítica: "críticos practicantes" llamaba el poeta T.S. Eliot (que fue, sin duda, uno de ellos) a escritores de ese orden.

A Italo Svevo, cuya novela La conciencia de Zeno ganó nombradía y lectores gracias al solidario entusiasmo de James Joyce, se consagra el primer artículo de Los mecanismos internos. El modo de operación del ensayista se revela, ejemplarmente, en ese texto inaugural: el bosquejo biográfico de un autor se engarza con la exposición de sus obras. ¿Es que los hechos de la vida explican el sentido de la escritura? Coetzee -que, en Infancia y Juventud, ha usado la tercera persona para contar su autobiografía- cree más bien lo contrario. En su visión, el autor existe en (y por) sus textos, pero esa existencia sería imposible e impensable sin la realidad biológica e histórica. Así, el escritor convive con su ser de carne y hueso: es él mismo y es su doble. La literatura, por otra parte, no refleja a la época, sino que la revela. Vale la pena notar que Italo Svevo -es decir, "Italo el suavo"- fue el seudónimo tras el cual se encubrió Aron Hector Schmitz. Zeno, el neurótico e irónico narrador de la obra maestra de Svevo, desmenuza su vida en busca del secreto de su carácter y, en ese proceso, sugiere que la enfermedad que lo aqueja es intelectual y moral: "La dolencia de la que Zeno quiere y no quiere curarse es a la larga nada menos que el 'mal del siglo' de la propia Europa; tanto La conciencia de Zeno como la teoría freudiana son respuestas a esa crisis de la civilización".

EUROPA CENTRAL: EL MALESTAR EN LA CULTURA

El malestar en la cultura tomaría una forma apocalíptica con los horrores de la primera y la segunda guerras mundiales. En ninguna parte se sintió tan agudamente ese malestar como en la Europa central, que hasta 1918 estuvo bajo el dominio del decrépito imperio Austro-Húngaro. La ciudad en la que se formó Svevo fue parte de ese imperio, como lo fueron también la Praga de Kafka, la Budapest de Sándor Márai, la Drohobycz de Bruno Schulz, la Czernowitz de Paul Celan y, por supuesto, la Viena de Robert Musil y Joseph Roth.

De la nómina anterior, solo Kafka no figura entre los autores a los que Coetzee dedica ensayos íntegros en Los mecanismos internos, aunque a él se refiere en un pasaje del artículo sobre Robert Walser, el autor de Jakob von Gunten. Apunta Coetzee que "Barnabás y Jeremías, los asistentes que demoníacamente estorban al agrimensor K. en El castillo , tienen en Jakob a su prototipo". En todo caso, sobre Kafka trata uno de los ensayos de Costas extrañas y la presencia del autor de "La colonia penitenciaria" se insinúa al trasluz en una de las mejores novelas de Coetzee, Esperando a los bárbaros, esa perturbadora alegoría distópica en la que un sensato magistrado es sometido, en los confines de un fantasmagórico Imperio, a los extremos de la humillación y el dolor por los esbirros de un poder paranoico.

A las ficciones de Coetzee las distingue el examen -a la vez clínico y lírico- de la barbarie que el orden civilizado alberga. Algo similar puede decirse de Las tribulaciones del estudiante Törless(1906), de Musil, que Coetzee reseña con excepcional agudeza y en la cual ve "la figura del artista en los tiempos modernos, que visita las costas más remotas de la experiencia y trae, al retornar, su crónica". Otra visión de la responsabilidad ética del escritor se presenta en el ensayo sobre W.G. Sebald. Ahí, en el análisis de Austerlitz (2001), que juzga la novela más ambiciosa de su autor, señala que " tras el héroe erudito de Sebald, tan fuera de lugar a fines del siglo XX, rondan varios maestros difuntos de los últimos años de la Austria de los Habsburgo: Rilke, el Hugo von Hoffsmanthal de la 'Carta de Lord Chandlos', Kafka, Wittgenstein". A Austerlitz -como a Sebald y a Günter Grass, también presente en el libro de Coetzee a través de un ensayo sobre A paso de cangrejo- le importa y le preocupa que el artista cumpla con la obligación de mantener vigente la memoria cultural en un mundo donde el exterminio amenaza hasta al pasado mismo. Al peligro de esa amnesia se refirió Walter Benjamin cuando, en la sexta de sus "Tesis sobre la filosofía de la historia", advirtió a fines de la década de 1930 que "ni los muertos estarían seguros" si triunfaba la reacción. Coetzee, que no alude directamente a ese texto, consagra en cambio un artículo preciso e inteligente al pensamiento de Benjamin y, sobre todo, al llamado Libro de los pasajes, la inconclusa obra que Georges Bataille salvó del olvido después de que su autor, desesperado porque creyó que nada lo salvaría ya de caer en las manos de los nazis, se suicidara en la frontera franco-española a mediados de 1940.

LA ASAMBLEA DE LOS LIBROS

En la asamblea imaginaria de Los mecanismos internos, los idiomas mayoritarios son el alemán y el inglés: entre los dos, congregan a dieciséis de los veintiún autores. El italiano, el polaco, el húngaro, el holandés, el francés (por Samuel Beckett, que fue extraterritorial y bilingüe) y el castellano completan el censo de las lenguas. Coetzee lee los libros en el idioma original, salvo en los casos del polaco (en el cual escribió Bruno Schulz los admirables cuentos de Las tiendas de color de canela y Sanatorio a la hora de la clepsidra) y el húngaro (la lengua del prolífico Sándor Márai, cuya fama póstuma se debe sobre todo a El último encuentro).

Es recién luego de la primera mitad del volumen que aparecen los escritores de la comarca lingüística de Coetzee: Graham Greene, Samuel Beckett, Walt Whitman, William Faulkner, Saul Bellow, Arthur Miller, Nadine Gordimer, V. S. Naipaul y Philip Roth. Los textos tienden en esta parte a ser más breves y puntuales, sin que por eso sean desdeñables. Por ejemplo, son brillantes las reseñas de Brighton Rock, de Graham Greene, y de El hombre en suspenso y La víctima, las dos novelas tempranas de Saul Bellow. El artículo más polémico, sin duda, es el que dedica a La conjura contra América, la novela distópica y contrafáctica de Philip Roth.

Coetzee no deja de reconocer los méritos de Roth -que es, acaso, el más importante y creativo de los novelistas americanos en actividad-, pero le reprocha no haber sacado las consecuencias de la premisa de su ficción, en la que el narrador-personaje Philip Roth recuerda las vicisitudes que él y su familia vivieron, entre 1941 y 1942, bajo el régimen antisemita y pronazi de Charles Lindbergh.

Obviamente, en la vida real no hubo tal gobierno, pero ¿no tendría Roth que haber considerado, en el orbe paralelo de la trama, cómo esos dos años fantasmales dejan su trazo traumático en la siquis de los personajes? La pregunta es válida, como es también válida e interesante la hipótesis según la cual Gabriel García Márquez no sólo evoca al Kawabata de La casa de las bellas durmientes en su Memoria de mis putas tristes, sino que en su nouvelle de 2004 revisita -y, en buena cuenta, rectifica- el episodio de la desdichada relación entre el anciano Florentino Ariza y la púber América Vicuña en El amor en los tiempos del cólera.

Eruditas y sagaces, las inquisiciones de J.M. Coetzee demuestran que, en su expresión más alta, la crítica es un modo de interrogación, esclarecimiento y diálogo. Ni menores ni efímeros, los ensayos de Los mecanismos internos confirman que Coetzee es un interlocutor imprescindible.

diciembre 2 de 2007(Comercio/Perú)

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