Por: Abel
Rubio Loayza
Después de María Nieves y Bustamante, autora de Jorge el hijo del pueblo, se encuentra Zoila Vega Salvatierra
(Arequipa, 1973); autora de Cápac Cocha, primer Premio de novela corta «Julio
Ramón Ribeyro» en Lima (2006), Acuarelas
(2009); actualmente es profesora de violín e investigación musical en la
Escuela de Artes de la Universidad San Agustín; es digna representante de la
mujer arequipeña por la escritura estética que conlleva la tradición de la
novela en el siglo XXI.
Los Saucedo, familia de abolengo arequipeña; don Ignacio padre, estaba
ahorcado por las deudas y desea fervientemente casar a su hija Josefa con el
licenciado Antonio Jiménez de Higuereta, para liberarse, en parte, por el
engaño que había creado en desmedro de su hija.
Un día se hace presente en la casa de los Sauceda, la chola Rosario,
para increparle una deuda a don Ignacio. Ella, recia mujer, dueña de un tambo
en las afueras de la ciudad, llamado « El cántaro de Huacaycholo». Don Ignacio
le arroja un puñado de monedas y le pide que se retire.
La segunda hija de Saucedo, María del Socorro, chiquilla, quien se había
enamorado de Pablo Preciado, poeta que le daba clases de música, oratoria,
caligrafía, etcétera.
Doña Francisca Canta, tuvo relaciones años ha con don Ignacio Saucedo y
en la cual tuvo una hija (natural) llamada Rosario; él, mujeriego, asiduo
cliente del «El cántaro», lugar poco alejado de la ciudad, cercano al poblado
de Chiguata.
El Visitador Real, don José Antonio de Areche; el recaudador de la
alcabala, Juan Bautista Pando, quien haría respetar el Quinto Real que
significaba « pagar la quinta parte de las exiguas mineras».
Enrique Ibáñez de la Fuente, hombre de poderosas relaciones, se había
codeado con la sociedad de Madrid, Londres, París. Por ser hombre de honor fue
invitado a la mansión de los Sucedo. Este personaje jugaría un papel importante
frente a los abusos de Pando; llegaría de Lima después de la Navidad, para
cobrar los impuestos en nombre de la ley. Empezó su labor en el pueblo aledaño
de Tiabaya.
Faltaba tres días para terminar el año de 1779, don Baltazar de
Semahnat, se alistó para ir a Tiabaya a censar a indios, zambos y mestizos del
lugar. El corregidor se hospedó frente a la plaza central. Parafón, su
secretario, le avisó que habían puesto un pasquín en la iglesia. En esa época
los pasquines se enviaban para lanzar advertencias ridiculizantes a los
rivales. Vio que hombres armados lo esperaban en la plaza para hacerse
justicia. Tuvo que refugiarse en Arequipa. Con tan motivo aparecieron papeles
similares en la Catedral y en varios lugares; se habían extendido los pasquines
por Cayma, la Chimba y Characato.
María del Socorro preguntó a Pablo Preciado ¿que era un pasquín?, le
respondió que era « la voz de la libertad». En 1789 solía hablar el pueblo con
firmeza mediante ellos, que era el único instrumento válido para manifestarse.
Debemos añadir a propósito, que los arequipeños: « Son tozudos y difíciles de
contentar. Cuando quiere hacer algo, lo hace antes que se le pida, pero cuando
no quieren, se movilizan como mulas, no son obedientes sino arrogantes y tienen
la maldita costumbre de protestar por todo».
Una tarde en el Golpe de Agua don Francisco de Alcántara de Sigüenza y
su hermana doña Eufrasia, le advertían a Josefa que don Saucedo había
transgredido su herencia, por eso quería casarla con el licenciado Higuereta.
Un día de tantos llegó Rosario a la casa Saucedo llevando consigo un
pasquín. Lo había arrancado de la capilla de San Antonio, quien lo puso era
nada menos que Matías Corrales, marido de Rosario. La revolución había
comenzado con ellas: Rosario, Josefa y Matías Corrales; pero el poeta Preciado
era el autor de los pasquines.
La asonada no se dejó esperar; empezó cerca de las diez de la noche,
Josefa dormía; se levantó, sintió en la calle una llamarada de voces extrañas
que decían «iViva el rey, muera el mal gobierno!». Don Ignacio dijo a su
familia, voy a terminar esto de una buena vez, y salió; después de dar una
vuelta, doña Juana le siguió cautelosamente y al ver a su marido envuelto en un
manto de sangre; Josefa reconoció a su padre por las espuelas y el traje de milicia,
quien fue hallado con el cráneo aplastado por un sillar.
En el pasaje Santa Rosa, Matías y sus hombres tenían algunos mosquetes,
pero el arsenal eran picos y palas de faena. Rosario con las otras mujeres, se
encontraban repartiendo chicha para asir la moral de los alzados. El resultado
fue diecisiete arrestados y treinta y siete muertos. Al amanecer Arequipa
fumaba la paz, había desistido de seguir en la brega. A la salida del sol, los
cadáveres fueron colgados en la plaza para escarmiento de la chusma.
Llegaron a saber que Matías y su mujer se hallaban en Brasil trabajando
en alguna mina de diamantes, y no se supo más de ellos.
Pablo Preciado, encontrándose aislado en una celda, fue enviado a la
mazmorra del Real Felipe en el Callao, por ser intelectual de los pasquines.
Enrique Ibáñez se perdió por dos años. Estuvo en Lima pagando a abogados,
valiéndose de gente influyente para sacarlo de la cárcel a su amigo Preciado.
Josefa se encontraba enamorada de Ibáñez. Se tomaron de las manos y fueron a
saborear el famoso chocolate que maese Carbajo preparaba. Es el final de la
novela de 457 páginas.