Las manos me
quedan colgadas en un trémulo de aire viciado
sin alternativa
para contrarrestar los temores insurrectos,
de la oportuna distorsión
agresiva,
cuando mi
espíritu comienza a decaer inerme y abatido
como si no
tuviera voluntad y sentido común para resolverme en el instante.
He dejado de
percibir hacia mí cualquier expresión,
porque siendo
auténticamente frágil
empiezo a desorientarme
en desgracias continuas
que no logro
superar aunque parezca tan cotidiano aceptarlas;
imagino
dispersándome en garabatos absorbentes
por el
desconcierto acostumbrado que invalida mis emociones
y anula cualquier
predisposición a contracorriente
que al poco
tiempo se sustituye por la jerarquía de la crudeza realista
que también
desmerece olvidando
cuales son los
rostros y que experiencias permiten recordar gratamente.
Sin embargo son
estas sensaciones inconsolables que me quiebran,
y me provocan confusiones
morales
después de haber
cumplido con absoluto desinterés
imponiendo lo
esencialmente gratificante que se desprende hacia ellos;
no obstante, el mérito
siempre resulta insuficiente,
actuar con
decisión parece un resplandecer temporal
que ilumina
brevemente esas reflexiones mutuas
de la valoración que
unos y otros podemos anteponer
a cualquier otro
requerimiento que no sea de calidad humana
con quienes nos
esperan para existir.
Pero de nada
sirve ir contra el tiempo y las obligaciones,
callar asumiendo
un dolor ajeno que nos está debilitando,
una calma que
parece forzada a aceptar
las circunstancias injustas que a cada momento
sopesan en el cuerpo y el alma,
como si cualquier
razón tuviera que ser incorrecta
para seguir
adelante insinuando apenas la comprensión coloquial
que oculta
verdaderamente una apatía digna de ser insensible.
Quizá es esa
forma densa
propiamente del
silencio y la distancia,
con la cual es
posible lograr el entendimiento y llegar a la fortaleza de carácter,
desapareciendo de
pronto, ignorándose con crueldad
dejándose al
desamparo obnubilados por un espacio sin salida,
acusando lo
mínimo para encubrirse melancólicamente,
queriéndose a
través de objetos y pasando la página casi de inmediato
para seguir
iluminándose por conveniencia;
cuando desde el
fondo caótico
sentimos ese
apogeo cada vez más sombrío
de ser quien no
debemos ser, haciendo lo contrario
mintiendo,
negando, burlando las obligaciones, desconociendo el deber,
dejando de
escuchar para engrandecerse en el bullicio desenfrenado
de esa vida que
se irá ornamentando
por el dominio de
todas las debilidades que no supimos enfrentar en su debido momento.