Cuando estés perdiendo con abrumadora diferencia
frente a quien parece invencible y muy aceptado
con aplausos y elogios,
no apagues tu espíritu para dejarte al caudal que
arrastra a cualquiera,
no cierres las puertas por completo ahogándote de
resignación
y no agaches la cabeza asimilando ese destino que
ha sido manipulado
y que trata de acorralarte en una sintomática
debilidad que te hará dudar de ti mismo.
Mientras tanto sigue demostrando cualidades,
disponiendo virtudes ejemplares para el soslayo,
excentricidad y poco a poco la grandeza con rebeldía
y expresión de la sangre.
Que te admiren, cuando en el suelo reducido a la
miseria,
sigas en ese pleno albor de la defensa
y ese despertar indomable desde el fondo donde pareces
insignificante;
porque después conocerán
en esa ruina que todavía no pudo acabarte
cuando empezaron a consentir en darte la espalda al
unísono y dejar de creer en ti,
que el cúmulo de tu resistencia
no sólo habrá remecido ese orden armonioso de
parcialidad
sino también esa aparente superioridad con que te
dispusieron al borde del ridículo,
porque te subestimaron como un don nadie.
Desde ese momento, que habrá de cambiar tu vida,
se forjarán expresiones que te enajenen de lo
dócil
y proporcionen el respeto a tu existencia singular,
que tiene la misma capacidad de ser un grandioso hombre
frente a otro,
desahogando el bagaje de la conciencia
que nos tenía entumecidos en la dinámica que no
prospera,
en un plano asombroso que nos tenía acomodados en
la vanidad
de haber logrado lo que mezquinamente valemos por
el simple hecho de participar,
sin oponerse a las ideas que jamás nos emocionaron,
repitiendo lo que dicen,
alternando en la parte postrera,
entendiendo la lógica del más fuerte,
redundando en una cobardía que nos doblegaba con
facilidad
y a la cual recurríamos como mansos adormecidos en
las tribulaciones,
cuando la consigna que obnubilaba hacía creer
en esa imperiosa necesidad de mirar hacia arriba,
obedeciendo en el trayecto alienaciones indecentes,
inmorales, contradictorias, inadecuadas,…
asintiendo la naturalidad de la caída y el
anonimato en la multitud,
aceptando que cada cosa corresponde a un propósito
y ese dogma irrefutable que encerraba cualquier
espontaneidad
para un destino mesurado respecto de cada uno.