El límite dramático se
acentuó el día que la algarabía venía saturándose de vicios insustituibles. No
podía ser peor y de eso ya había consciencia poco a poco durante las horas
previas con las malas decisiones que concluían en una realidad abatida de
ilusiones. Estaba claro al inicio, cuando en el umbral se ensombrecía críticamente
este destino casi totalizado que nos doblegaba al infortunio más injusto porque
se iban dando muchos obstáculos que contrariaban el anhelo inspirador que se
disponía por salir de los desalientos sucesivos que el mundo demostraba con las
consecuencias de un mañana ensimismado por angustias y lamentos del delirio,
cuando aquí no había altura, sólo igualdad en el polvo.
Recordaré la nostalgia
primorosa, el rubor endulzante, el ofrecimiento sincero por recorrer y
someterse a cualquier condición por el simple hecho de conseguir un alivio
momentáneo que signifique el oxígeno para recrear con el juicio exacto, todas
las posibilidades hacia una renovada esperanza en las puertas de lo que parecía
ser un tiempo de severidad. Y no hubo porque saber lo más crudo de lo
cotidiano, no había porque volcar decepciones por esa inclinación al resolver
caminando, buscando el desánimo en la exageración del calor, en el dilema de
los sentimientos, en la floración de desprecios, en las molestias populares que
nos enfurecían y las incógnitas de ver y estar a quien parece descubrirnos con
vergüenza, en el momento que se hizo demasiado tarde o quizá demasiado pronto.
Sin el espacio para alegrarse
por lo oportuno, no se presentía nada esclarecedor después, en el transcurso definitivo
del día muerto, en los instantes que se acudía al encierro forzoso que apenas
si aguardaba un lugar miserable para los reflejos y el descanso arruinado, con
la vida saturándonos de dureza en cada posición incómoda, en las dimensiones
que nos ha resignado siempre a ejercer sin autoridad de carácter, con la
rigidez pusilánime que nos completa en una figuración inmadura que no debería
tener lucidez para el criterio y contexto para el regocijo.
Fuimos acabando baldíos,
insolventes, desinteresados, encontrando en la nimiedades
una locura de alboroto para generar disturbio en el orden plácido que nos
acomoda después de horas y horas de traspiración y desencanto, cuando la
degradación se aproximaba a enfermiza, las luces se apagaban con el cansancio y
llegaba el neutralismo del sufrimiento para enfriarnos sosegadamente en la inmovilidad
de quien parece lidiar entre la sofocación –de todo lo que esperábamos venir y
soportar- por una salida de autonomía frente a la adversidad que trata de
prolongarse en el adormecimiento del destino al cual no estamos dispuestos a consentir,
sin antes iluminarnos con la fortaleza que revierte y nos hace más unidos.
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