David, al llegar de la universidad, se dirige
deprisa hasta su habitación en el tercer piso. Ingresa, cierra con seguro la
puerta y lanza las cosas que trajo consigo a un rincón atiborrado de ropa y
objetos; siente que no puede más y se deja caer pesadamente en la cama, en una
profunda modorra, quizá porque todo al fin había acabado y porque sabía que esa
tarde como los días venideros, no tendría responsabilidades ni preocupaciones
que le prohíba descansar horas y horas hasta desconocer el tiempo.
Mientras duerme boca abajo en esa siesta placentera,
exhalando gruñidos e incoherencias, el reloj indica un poco más de las dos de
la tarde. Había transcurrido unas tres horas desde que David decidió descansar;
extrañamente a partir de ese momento, el sol seguía en la misma ubicación
concéntrica, debido a que la Tierra había dejado de rotar en su mismo eje
imaginario. Los rayos solares se intensificaron hasta sobrepasar los cuarenta
grados centígrados de emanaciones ultravioleta inclementes, sobre una ciudad
que ya soportaba el calor extremo en algunas estaciones del año. No obstante
este incremento anómalo en el presente otoño, no provocó que la gente
recurriera a productos helados o uso excesivo del agua, en cambio les
transmitió un efecto singular que estimulaba en ellos delirios de albedrío
lascivo en tanto se resguardaban en las sombras, recostados, creyendo que dicho
fenómeno podría deberse a un singular eclipse, cuando el aspecto de sus
viviendas empezaron a mostrar una tonalidad plomiza hasta convertirse en
imágenes ilusorias que se destemplan en un desierto cualquiera.
Una rara sustancia volátil empezaba a formarse en el
núcleo de ese calor infernal; poco después éste fenómeno iniciaba un proceso de
desintegración sobre la habitación de David, la cual yacía como una torre
solitaria en medio de la azotea. Su excepcional composición que se produjo en
el fuego abrasador del sol, comenzó a modificar el concreto y el acero de aquella
construcción, hasta convertirlo en una membrana de plástico incoloro que
claramente transmitía una sorprendente secuela de radiación hasta la integridad
de David. En tanto él se inquietaba en la cama conmovido y aturdido por una angustiante
pesadilla, su cuerpo empezó a transpirar grandes porcentajes de líquidos y
despojos acuosos que le disminuyeron el tamaño y lo dejaron de un aspecto híbrido,
único e improbable de existir, un humanoide de características muy semejantes
al tarsio, un primate con aspecto de lémur.
Este proceso se intensificó en un poco más de veinte
minutos hasta que todo volvió a su estado natural, salvo David. Él despertó finalizado
el crepúsculo; la claridad del día tenía poca duración y por eso anochecía
pronto. A esa hora una misteriosa soledad dominaba los corredores y ambientes
de esa enorme casa, que lucía más deshabitada de lo acostumbrado, lo cierto es
que aún ningún familiar volvía, ni sus padres, ni hermanos, y el fluido
eléctrico se cortó; David no lo intentó más y dejó de manipular los objetos que
necesitaban de electricidad. Él desconocía lo que aquel increíble fenómeno
causó, afectando la estabilidad de todos los servicios no sólo en su hogar,
también a los domicilios colindantes; supuso que era un corte intempestivo, lo
que le restaba percepción y plena conciencia sobre su nueva apariencia; sin
embargo para él, lo del anochecer le tenía sin cuidado, porque seguía
contemplando a los objetos tal cual eran, no obstante le era imperativo saber
porque se sentía enrarecido, sigiloso y confinado como una lumbrera en el fondo
de un pozo. Buscó un espejo de cuerpo entero, sabía que lo encontraría en la
habitación de su madre, y unos minutos después así fue; por un momento dudó en
ingresar y posarse en frente, lo hizo por intervalos a pesar del temor de
saberse anormal, hasta descubrirse de pies a cabeza. Lo que allí vio mientras
su aspecto parecía retorcerse intimidado, era un ser inconcebible, menguado,
una especie de simio exótico, de un poco más de un metro de altura, con las orejas
excepcionalmente alargadas ─como las había visto quizá en el murciélago─, con
ojos inmensos y completamente circulares del color amarillo sucio que se
avivaban en la oscuridad, con esas pupilas dilatadas semejantes a las de un
felino, la boca muy reducida hasta desaparecer con el bello marrón implantado
en todo su rostro y las manos tan deformes como podrían serlo, alargadas en los
metatarsos y finalmente en los falanges, de una plasticidad notable. Se tocó
cada parte de aquel cuerpo, cuyo aspecto le causaba estupor y lo desquiciaba;
abrumado y casi demente no podía creer que él era quien estaba delante de ese
espejo maldito, era imposible asumir que había sufrido una terrible
metamorfosis mientras dormía, como lo hace cualquiera, tal vez por eso su
apariencia la creía producto de una horrible pesadilla, pero no era una
pesadilla, porque en frente del espejo estaba él, y su universo completo de
pensamientos, sensaciones y temores.
Al verse así, con facultades físicas de un animal salvaje,
de tamaño relativo al de un niño y muy ligero de contextura, corrió hacia su
habitación, logrando esconderse debajo de la cama; desde ese rincón podía verlo
todo muy claro, tenía la capacidad para hacerlo. No podía llorar, ni gritar,
emitía eso sí un murmullo monosilábico que apenas se entendía como: ─
¡Dios!, ¡Dios!, y nada más.
Permaneció por un prolongado momento en ese escondrijo,
maldiciéndose, tratando de adormecerse, pero cuando volvía a despertar, seguía
siendo esa horrenda criatura que se deslizaba como el centinela por la
penumbra, sus orbitas brillaban y es cuando decidió salir de casa para poder
enfrentarse al mundo en esas condiciones. Es así que abre el armario y coge lo
más discreto para no ser percibido y evitar cualquier temor, sus largas manos
le ayudan a que cada acción le sea mucho más fácil realizar, él podía ver cada
cosa en donde se enfoque con la vista, así lo hacía y al menos eso le era
gratificante. Cuando terminó de vestirse, bajó, abrió la puerta del zaguán,
miró en todas las direcciones y caminó con criteriosa cautela por la vereda,
muy apegado a la pared, siguiendo ese extraño instinto que ahora lo dominaba
por completo, quería reptar pero en el conflicto de hombre y de bestia que
dividía su ser, recobrada la ecuanimidad y seguía erguido unos pasos más hacia cualquier
dirección.
No había ninguna persona en el camino, las calles
eran desiertos nocturnos y en el firmamento se concentraba una densa capa de
nubosidad negruzca que por lapsos se iluminaba con un halo extraordinario que
provenía de algún punto desconocido del espacio. No le prestó más importancia,
sin embargo cuando estuvo muy cerca de un callejón que sirve como atajo entre
la avenida principal y un parque, vio trasladarse una persona por ese lugar,
sus pasos eran cansinos y su vista estaba puesta en el suelo. David sintió que
debía quedarse viéndole pasar, lo hizo, y lo que vio lo redujo más hacia el
fatídico misterio de ese día. Cuando ese sujeto llegaba hasta el otro lado del
callejón se desvanecía en el aire, David se rehusaba a creerlo y quiso
comprobar una vez más que era una alucinación por todas las conmociones que
había sufrido hasta ese momento, pero la misma escena se repitió por ocho o diez
veces más,…doblar la esquina e ingresar en ese callejón y desaparecer….
David se acercó lo más que pudo, encapuchado como estaba, le comenzó a susurrar
algo y el sujeto ni se inmutó; él no quiso seguir más allí, su cabeza era un hervidero
ya que un sinfín de imágenes atravesaban sus pensamientos y las nuevas manías
salvajes que había adquirido lo estaban dominando.
Si reconocer su propia trasformación le significaba una
tarea bastante incrédula, entonces reconocer esta serie de eventos fuera de
toda lógica lo comprometía en una situación muy desesperante, y a pesar que sus
pensamientos no habían cambiado, su concepto hacia la vida seguía intacto, le era
imposible asumir que era en definitiva una mutación que deambulaba sin
identidad humana, que ya no sólo había presenciado ese extraño evento sobrenatural,
sino que evidencio también diversos sucesos de similar incógnita. Mientras
continuaba su recorrido por aquellos suburbios, contempló a un adulto
dirigiendo la misma reprimenda de palabras soeces y golpes a una niña que
lloraba y suplicaba perdón arrojada a sus pies; también a dos niños que permanecían
sentados en una esquina enjuagándose los ojos, posiblemente esperando mientras
trataban de prender una vela con una caja de fósforos húmeda; lo mismo con un
joven de leve retardo mental que estaba de pie en frente de su ventana
preparando una correa amarrada al techo para ahorcarse, acción que a David lo
perturbaba aún más, porque no cesaba de ocurrir hasta su decisión de alejarse
lo suficiente de esas imágenes reales que se habían quedado estancadas en ese
espacio, y que él podía ver en la más cruda de su expresión.
Anhelaba en ese momento estar ciego, negarse a la
claridad, pero asumió un rol clarividente de escasa lógica ante los hechos. Seguía
caminando en círculos, no había tregua, presenciaba accidentes, violaciones,
ataques cardiacos, violencia familiar, derrumbes, turbas, jaurías masacrándose,
gente humilde que se desprendía de emoción, abrazos interminables, escenas de
angustia con fuego y sangre, caos, una lluvia rojiza en el horizonte, y
finalmente a ese amigo de la infancia que cayó desde la ventana de su segundo
piso hacia las rejas puntiagudas, del cual murió casi de inmediato. Todo eso y
muchos eventos más que continuaban congelándose en ese tiempo alterno, se
mostraban únicamente para los increíbles ojos de David.
¿Por qué a él? ¿Por qué no podía despertar si era un
sueño? ¿Por qué había un abismo que separaba toda su vida en este lugar de la
ciudad? ¿Por qué ésta memoria ajena de muchos se desvelaba ante David en la
forma más absurda jamás presenciada, como si el tiempo habría perdido el
control de sus secuencias y sus axiomas como el principio de causalidad, con
los archivos de todas las épocas expuestas a una sucesión visual que suele
quedar en lo más profundo de las personas?
Recuerdos permanentes, nociones temporales que se
despejan, acciones que no se olvidarán jamás, seres que se repiten, éste ahora
que a partir de todo esto estará en pleno cuestionamiento.
David se sentía envuelto en una tribulación de
reflexiones, en sobresaltos y esta maldición de ser una bestia que se oculta, y
puede ver la desgracia en cada rincón.
Cuando no puede soportar más, resuelve regresar a
casa, conmovido y desahuciado; se aproxima, gira la chapa y ahora se encuentra algo
más insólito, a él mismo deambulando por toda la residencia, muchos de él en
todas las edades, bajando y subiendo, saltando, descansando suspendido en el
aire, leyendo, riendo, sufriendo…,decenas de él mismo recreando todas las
escenas de su vida en una sucesión aleatoria de rastros fantasmagóricos que
también se desvanecen pero que son tan reales porque incluso lo perciben,
voltean a verlo y siguen su trayectoria como si nada. David sabe que en la
calle perderá la razón y descubrirán que es una criatura aterradora, es por eso
que huye despavorido otra vez a su habitación casi trepando las paredes y las
barandas en medio de todos esos espectros proyectados quizá desde su memoria. Ingresa
al lugar donde se originó aquella metamorfosis, se desploma y cree que así se
restaurará la vida anterior, sin embargo nada sucede, por el contrario, él
sigue encogiéndose hasta hacerse tan diminuto como el resplandor que apenas
destella en la paradoja de esa noche eterna y sin fin, a la vista de nadie, con
su lucidez sumergida en el anonimato, con este tiempo entre paréntesis,
progresivamente caótico, que se desmorona, se desbarata, que nadie más puede
seguir controlando, si es que alguien realmente lo estuvo controlando y desde
ahora ha dejado su dominio para el libre albedrío absoluto, después de la
última puesta de sol.
END