martes, noviembre 30, 2010

EL DISFRAZ DEL DESCONOCIDO


Con mi eficiencia he querido decir
que el amanecer me ha acogido muy bien,
no he tenido malentendidos, solo bienestar y preparación metódica.

Ahora que comienzo a caminar en el país de sombras
recuerdo entre la muchedumbre
mi desconcierto público que había padecido como una emergencia
de dramatismo obligado.

Me había acostumbrado al disfraz
al parecerme al desconocido de otra época
y al introvertido de pocas relaciones,
cuando me sentía a gusto en compañía de mi sinceridad
-en concordancia con las circunstancias-
y al calor insufrible de mis recuerdos permanentes.
A través de las diferencias
una se destila más que la otra
y la otra se hace cada vez más influyente, indeterminada.

Tiemblo cuando me ocupo de las debilidades
porque no puedo ver con certeza la verdad
que aguarda en el secreto de siempre.
Ignoro lo que se comenta
me limito a la disciplina y los poderes de la imaginación,
basta seguir a pie la larga tregua
y la múltiple maldición
de presencias y ausencias.

Tuve confrontaciones sin riña, confiaba mi sendero a la improvisación, al recurso libre de otros semejantes que por costumbre decepcionaban al sentido ilógico, porque mis manos se doblaban por natural abstracción.
Tuve poco que ver y sin embargo el intercambio de desatinos e improperios era moneda corriente y asalto, ¿qué podía hacer?, dejar las cosas intactas, desvanecerme en melancolías, carecer de oficio, obligarme a la historia resignada de la voluntad inmadura.

No hay comentarios.: