Es increíble no lo crees, acomodarte en el sigilo de un
espacio indefinido, para contemplar
desde allí la aventura cotidiana que te hace un insomne detallista, acostumbrado
a reflexionar plenamente en obtusos recónditos y sigmas marcados con rastros
ecuánimes que nadie ha podido desentrañar en la anomalía que ocurre
evidentemente en el inesperado momento que nos olvida pronto.
Entras y sales, sin percatar el conocimiento metódico de
ambigüedades ocultas detrás de ti -si a veces nadie puede verse- porque los
nombres que simplemente se diluían equivalían a murmullos entre la maleza, historias supérfluas accionando el tiempo contemporáneo en la trayectoria ondulante infinitamente
prodigiosa.
Es pasivo, cada expresión aleatoria que proviene de un
mutismo conservador parece ilimitar tu concentración para conseguir intentos
probables de insuficiencia temática. No hay una serenidad que conmueva en la
eternidad más pusilánime que los rasgos omnipresentes al decantar una presencia
casi natural, como extendida de emociones contenidas por una creación que no
deja de traslucirse a través del acercamiento sinóptico y la trama secundaria
imperceptible.
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