La respuesta del alboroto son las bienvenidas, los
gestos, las intenciones que no se consuman, la búsqueda de caminos, los
comentarios estúpidos siempre infaltables, la posición de crítica inconmensurable,
el ruido que ambienta la afinidad, la mala educación para aparentar dominio y
relajación, los nombres rimbombantes que sólo confirman una figura que no
expresa, lugares sin ley, el clima primario, la fatalidad para reírnos en la
sombría melancolía después de un encadenamiento de amargas derrotas [precedidas
de historias represivas] y la recurrente decepción traumática que vuelca al
estado contrito de resignación y el albedrío ciudadano al hondo resentimiento. Al
igual que los vulgarismos que son la comedia ideal para alborotar a los
conservadores que aguardan la vergüenza; el movimiento que siempre es la
impresión visual provocadora del ritmo faltante y muy pronto de la despedida;
el anuncio próximo de un esquema que no será completo, sino, ambiguo,
inconforme, desigual, asimétrico, mediocre, marrón, minimizado, complejo y carente
de método porque se impone el cargamontón.
Los espacios tendrán prolongadas novedades desde el principio hasta el fin de
las ideas, las palabras serán continuas y circulares, el espectáculo fenomenal
como algo nunca antes visto. Sin embargo, cómo saber si lo de hoy también estuvo
precedido por este mismo prólogo.
Es cierto, sinceramente delicado pero convencional, porque en
tanto la expectativa acelera su ansiedad por participar de esos emocionantes programas, las ganas con cada título y título que no cesan en fluir como
historia, objetan en una desilusión reiterada, las emociones se secan y las
promesas se derivan en una torpe simpleza vacilante, y terminan siendo una
creencia rutinaria en que todo no va más allá de un resumen que apenas podemos
disfrutar, porque los vacíos de incomprensión y falta de creatividad se
hicieron más holgados, el absurdo por elaborar y concentrar hizo decaer a todos
los presentes en un bienestar ensombrecido, en la mediocridad humeante para
conformarse en las situaciones que son íntimamente nuestras, en algarabías a la
mitad, con los trajes formales que han podido civilizarnos, pero que sin embargo, nos tenían atados por el cuello, eclipsando la lucidez que apenas centellaba.
Aplaudir porque ya estamos allí, reír para olvidar quienes somos.
Nunca parecemos los protagonistas, nunca estaremos por
encima, los que están protagonizando, asienten preocupación
al desplegarse con su menuda capacidad, como lo hace cualquiera. Si el
reconocimiento es la fortaleza de quien lo obtiene, entonces ¿porque seguimos
anhelando miserias, cuando unos hablan y otros escuchan?
No quiero suponer nada, y no acepto las distancias y las
posiciones, me siento más importante aquí, que dirigiéndolo desde allá; oír por
debajo es mucho mejor que atenderlo con presencia. No creo en esa superioridad
que traspone en circunstancias felices, no las noto, no son evidentes en el
plano insignificante.
El sufrimiento es igual en todas partes, y la brevedad es
la búsqueda popular, por eso las etapas parecen fragmentos que nunca completan
nada.
Todos esperamos la bienvenida, o el comienzo, un
intermedio quizá, pero el final muy pronto se hace tan necesario como
inmediato. El aliento se acaba, el impulso es una mancuerna elemental que se
ejerce por costumbre.
¿Hacia qué trayectoria seremos plenamente, cuando estamos
fuera de tiempo?
Nos concentramos en la felicidad que tarda, no entendemos
el recorrido centesimal para intentar descubrir, y existir percibiéndonos sin
presiones y sin protagonismos.