lunes, septiembre 23, 2013

SINOPSIS (caja negra)


La respuesta del alboroto son las bienvenidas, los gestos, las intenciones que no se consuman, la búsqueda de caminos, los comentarios estúpidos siempre infaltables, la posición de crítica inconmensurable, el ruido que ambienta la afinidad, la mala educación para aparentar dominio y relajación, los nombres rimbombantes que sólo confirman una figura que no expresa, lugares sin ley, el clima primario, la fatalidad para reírnos en la sombría melancolía después de un encadenamiento de amargas derrotas [precedidas de historias represivas] y la recurrente decepción traumática que vuelca al estado contrito de resignación y el albedrío ciudadano al hondo resentimiento. Al igual que los vulgarismos que son la comedia ideal para alborotar a los conservadores que aguardan la vergüenza; el movimiento que siempre es la impresión visual provocadora del ritmo faltante y muy pronto de la despedida; el anuncio próximo de un esquema que no será completo, sino, ambiguo, inconforme, desigual, asimétrico, mediocre, marrón, minimizado, complejo y carente de método porque se impone el cargamontón. Los espacios tendrán prolongadas novedades desde el principio hasta el fin de las ideas, las palabras serán continuas y circulares, el espectáculo fenomenal como algo nunca antes visto. Sin embargo, cómo saber si lo de hoy también estuvo precedido por este mismo prólogo.
Es cierto, sinceramente delicado pero convencional, porque en tanto la expectativa acelera su ansiedad por participar de esos emocionantes programas, las ganas con cada título y título que no cesan en fluir como historia, objetan en una desilusión reiterada, las emociones se secan y las promesas se derivan en una torpe simpleza vacilante, y terminan siendo una creencia rutinaria en que todo no va más allá de un resumen que apenas podemos disfrutar, porque los vacíos de incomprensión y falta de creatividad se hicieron más holgados, el absurdo por elaborar y concentrar hizo decaer a todos los presentes en un bienestar ensombrecido, en la mediocridad humeante para conformarse en las situaciones que son íntimamente nuestras, en algarabías a la mitad, con los trajes formales que han podido civilizarnos, pero que sin embargo, nos tenían atados por el cuello, eclipsando la lucidez que apenas centellaba.

Aplaudir porque ya estamos allí, reír para olvidar quienes somos.
Nunca parecemos los protagonistas, nunca estaremos por encima, los que están protagonizando, asienten preocupación al desplegarse con su menuda capacidad, como lo hace cualquiera. Si el reconocimiento es la fortaleza de quien lo obtiene, entonces ¿porque seguimos anhelando miserias, cuando unos hablan y otros escuchan?
No quiero suponer nada, y no acepto las distancias y las posiciones, me siento más importante aquí, que dirigiéndolo desde allá; oír por debajo es mucho mejor que atenderlo con presencia. No creo en esa superioridad que traspone en circunstancias felices, no las noto, no son evidentes en el plano insignificante.
El sufrimiento es igual en todas partes, y la brevedad es la búsqueda popular, por eso las etapas parecen fragmentos que nunca completan nada.
Todos esperamos la bienvenida, o el comienzo, un intermedio quizá, pero el final muy pronto se hace tan necesario como inmediato. El aliento se acaba, el impulso es una mancuerna elemental que se ejerce por costumbre.  
¿Hacia qué trayectoria seremos plenamente, cuando estamos fuera de tiempo?
Nos concentramos en la felicidad que tarda, no entendemos el recorrido centesimal para intentar descubrir, y existir percibiéndonos sin presiones y sin protagonismos. 

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