Me rio de todo y empiezo a contar. Es la decadencia
de la usanza lo que me tiene retraído. No logro avanzar si antes no me fijo en
muestras sucesivas de lo que muy probablemente será cuando el agrado haya
pasado. Modos de charlar, variedad para convocarnos, expresiones en el puente, entusiasmo
bajo el sol, las compañías superficiales por los laberintos de mall’s, por
calles peatonales y senderos lejanos donde pisamos sobre piedras y también
sobre adoquines de concreto, el elogio de que somos, seres revestidos de
modernidad acomodando el patrimonio de años que pasan y pasan, que frecuentamos
y frecuentamos con cada vez menos entusiasmo y asombro, sin reglas básicas, con
olvido, eso sí, sombras transeúntes que apenas si se perciben, sin la
tradicional imagen en medio del pasaje ni alrededor de las bancas que por ahora
también han sido revestidas para actuar como ayer en la comodidad de hoy.
No creo en todo esto,
pero hago todo lo posible por ser ese que dejamos en la ciudad que amamos de
los recuerdos. Lo que sucede es con incredulidad, de todos modos vamos a
preferir no tocar lo que parece quebrantarse al experimentar un pasacalle
imaginario, vamos en adyacente, por donde siempre, por lo que valemos ahora, escalones
abajo, en la parte sectaria que ya se ha hecho popular, de ambulantes y
vendedores de ingenio para subsistir, ya no nos asombra, es más la rebeldía se
ha hecho amor sin punzada de objeto, lo hacemos por dar, en sentimientos
excesivos sin nada abstracto de por medio, solo dar, levantarse del asiento y
ceder cuando la calle sigue inundándose de asco y el estruendo parece allanar
para el Apocalipsis, por eso resistencia, a dormir mientras llegamos y
rescindir sensaciones hasta que se apague la luz y caiga nuevamente la cuenta
de otro día menos en un espacio convertido en prisión, que es todo para mí como
para cualquiera, pero que dedico menos cada hora que pasa.
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