Antes de
dormir un libro antiguo de simbología.
En pleno
R.E.M. la casa de sillar ahonda mis sentimientos de melancolía. No puedo más
que acomodarme junto a la hierba, como una piedra más y ver hombres haciéndose
sombras intimidantes. Mientras las puertas se cierran y nos aislamos del miedo
profundo, el tiempo nos congela con el firmamento cercano, podemos tocar el
infinito, lo suponemos, pero es imposible, la distancia corta es un espejismo
para engañarnos siempre, las promesas incumplidas, los intentos de la voluntad
por querer dominar el obrar a cada instante, nada en definitiva, todo perverso,
todo cruel, sonrisas y llantos a la vez, un mundo de pasos cortos, de corazón
dañado, de dolor en cada puerta, de desilusión en cada esquina, un mundo
permanente en el centro de cada recuerdo...
Luego el agua,
el ingente de líquido al nadar de noche, viéndonos bracear en el charco negro
para hundirnos, perder conciencia y ser libre indigente de las intenciones
extrañas...Yo pregunto cómo lo hacemos, vivir de noche, morir de día, el dilema
perfecto de mi existencia, dando vueltas el circulo es más concienzudo, no
puedo existir más, dejo de mentir y ahora tampoco es una caja de resonancia
para ir fingiendo por la vida. Se callar, se masticar toda forma y toda
cuestión estúpida.
Jamás el
hecho, siempre los motivos.
Clima de otoño
en esta distorsión de siempre. Nada termina de asentarse; un día bajé de
felicidad y otro día subí de rencor.
No quiero
creer que la he visto por última vez. Mientras esta estación sea febril,
buscaré soluciones, intensiones secretas para someterme otra vez a la
imaginación en estado puro...
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