Me despido, me
alejo, ya soy libre y ahora estoy sólo, imaginando los rostros que dejé atrás y
el sufrimiento que llevaré conmigo.
Es la primera de
las últimas veces que me voy creyendo, que no me pasará algo. No puede pasarme
nada, en absoluto, nada, porque esta velocidad ya la conozco, porque este
camino ya tiene franjas por las huellas que dejaron las ruedas (mi cabeza
rodante, mi destino pisoteado), no puede pasarme nada, lo afirmo.
El sudor en la
cara obstruye la primera agresión, la agresión del sol condenado al vicio
humano, al vicio antinatural del hombre, del hombre muerto que sigue andando,
del enfermo muerto que sigue conectado al milagro, del vivo casi muerto
pensando como habrá de morir, del niño ascendente a la muerte jugueteando al
azahar, del inválido quebrado de vida, muerto, muerto, bien muerto, amarrado a
la tierra, sirviéndose de la limosna para favorecer la saciedad del parásito «SOCIEDAD
DE PARÁSITOS».
No puede pasarme
nada, porque el ritmo tiene medida en cada segmento heterogéneo hasta el tierno
aliento parental que recuerdo de ayer, que no existe ahora.
Tiempo de
desahogo, mediodía, calor como fuego, sudor como sangre, nostalgia de los seres
que sufren y ríen igual que yo en este día, en esta hora de infierno, en este
instante diseminado de emociones dispares ventilándose frenéticamente porque
necesitamos huir y llegar, avanzar y extenuarnos hasta dominar sintaxis,
sentido, correlación, régimen, sincronía, esquemas y las luces que se prenden y
se apagan de las manos, los pies, el cuerpo, la cabeza, los sentidos, el alma,
hasta alcanzar a dios en el crepúsculo convertido en roca para creer y
¿desmitificar?, para seguir creyendo en este trayecto soberano con el rabillo
del ojo —soslayo—, con sensatez del freno, con aceleración
incrédula-aséptica-atea, virando, ironizando, hipocrizando con los cambios,
4-3-1, 6 otra vez, ¡maldita sea!, mi desfragmentación con el aire en contra y
esta división entre melancolía y velocidad que me sublima en un trance corporal
anestésico, me hace perder el control cuando me convierto en visceral.
Enfrente pasa una
antología de dolor haciendo ecos malhumorados que me atraen, la baranda
ennegrecida, el puente hasta el precipicio, el aire fresco por mi nariz tóxica,
la vida nueva sin emociones, el hombre cansado, la naturaleza ardiente, el paso
crónico, ¡Cuidado!, ¡Muévete viejo!, ¡Carajo! Almas de un país de sombras,
medianoche temeraria, tic tac, conteo negativo, mutismo, cabeza de estiércol,
corazón suicida, sangre, ¡madre mía! kilómetros con el hip hop rodeándome la
nuca cicatrizada, violencia, pobreza, fin de los tiempos, línea de vida,
colapso cardiovascular. Cierre, abertura, otra vez la geometría en el piso, en
la pared, en la abstracción del infinito, Alfa, más allá de lo visible y más
allá de lo autónomo, LAS LUCES, otra vez encendido como un hombre hecho
tubular, girando en toda su conciencia, porque así nada puede ocurrirme, pasada
la hora, sintiendo lo extremo, enderezando la pendiente, escupiendo heridas,
maldiciendo sentimientos rotos, conformando voluntad en una pieza de diamante
hasta el punto cero, como en otras jornadas, como en otras edades, como en
otros que ya hicieron este recorrido bajo el mismo sol y bajo el mismo
firmamento de piedras enfermas que giran en la nada.
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