Hace
tiempo cuando el mundo era pequeño, tenía aventuras a diario, amigos indistintos a quien recurrir y compartir, lugares en dónde refugiarme de la compleja situación de ser humano, era
importante en mis hechos, lucía felicidad desprendida, espontaneidad
sobresaliente en medio de mi mala fortuna y mis vergüenzas habituales, era aún
más optimista con dos Soles en el bolsillo; lo tenía todo, un lugarcito para
sufrir y crear, para pensar e idear en silencio un mundo subjetivo que iba a
ninguna parte, una vida entre láminas literales de autores foráneos que
narraban densidad y apertura a horizontes desconocidos, mi vida estaba en trance literario, todo lo que necesita era quedarme allí, leyendo un libro y
escribir lo que me venga a la mente como producto del estímulo lector y mi experiencia de vida. El tiempo era amplio, las discusiones de cualquier tema no cesaban, había
gente que me esperaba para expresarle mi opinión y puntos de vista, caminaba mucho y pensaba en hacerme invisible diluyéndome en la sombra que desaparece con el atardecer, para luego hacerme visible en una forma
cualquiera desde las sombras nocturnas, siempre manteniendo la conciencia y sobre todo la ecuanimidad para emitir
juicio y vivir solo a costa mío, en un apartado de
espera, asimilando el destino, no renegando del que goza de fortuna, sin
desquitarme para sentirme bien.
Extraño ese espacio sencillo de conjeturas en un rincón de la habitación, extraño el sol en las gradas, las caminatas infinitas como asumiendo una reiterada maldición que solo provocaba en mí, rebeldía para seguir a pesar de todo.
Extraño ese espacio sencillo de conjeturas en un rincón de la habitación, extraño el sol en las gradas, las caminatas infinitas como asumiendo una reiterada maldición que solo provocaba en mí, rebeldía para seguir a pesar de todo.
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