domingo, mayo 03, 2020

ENCUENTRO EN EL ESPEJO


Al parecer todo anda bien, de eso no hay duda. Sin querer he dado por hecho el agua potable que utilizamos, la luz eléctrica para cualquier propósito, la nevera siempre abastecida, una tienda a la vuelta de la casa, el transporte particular o masivo en cualquier horario, toda la ropa que tengo en el armario y en fin decenas de cosas que utilizamos cotidianamente y que son y no son indispensables según como cada uno vea si le es útil, sin embargo, hay algo que no está claro, hay algo extraño en toda esta comodidad, estando todo a nuestro alcance y siendo nosotros el fin supremo, como veo que lo es, aunque no sea lo que yo piense necesariamente. Este ideal de prosperidad desde luego es mejor que el de otras épocas, el ciudadano de a pie lo siente así, no obstante, siento indignación por el precio de estar y pertenecer al lado visible de esta historia, no nos hemos percatado por el modelo de vida que tenemos como objetivo final. Todo bienestar obtenido por el hombre es un perjuicio para el planeta a corto o largo plazo, de consecuencias mínimas si el raciocinio es el individuo, de proporciones ingentes si la felicidad popular son las grandes demandas cumplidas, por un anhelo errado de industrialización para exportar e importar en competencia constante. El intercambio a gran escala no se detiene nunca, solo una pandemia como la actual ha permitido un respiro, un alto obligatorio en la demanda mundial de una persona, de millones que solo vemos por la ventana el gran caos ahora refundado en una tierra nueva, en una esperanza quizá renovada. La consigna es no esperar otro golpe, por el contrario, se requiere actuar de inmediato, hacer hasta lo imposible por encontrarnos en el espejo y asumir, sensatos, lúcidos, reflexivos, que nuestra forma actual de vivir tiene un costo a cada minuto, sentirse bien no es una burbuja renovable ansiosa de más aplausos, de cifras económicas en positivo, prosperidad, orgullo estúpido… 
Algunos sentimos una inquietud desmedida, acumulada por mucho tiempo atrás. Esta situación debe cambiar, es urgente tomar el control, pasar del individualismo al colectivo, de la acumulación a la austeridad férrea y analizar punto por punto qué hace posible este ciclo perverso y, abolirlo en un plazo inmediato, como se resolvieron en su momento las injusticias históricas hacia la mujer, las páginas oscuras de la esclavitud, el sentimiento exacerbado del racismo, la hambruna de los pobres, la crueldad hacia los menores, los derechos del trabajador, el voto universal, las guerras sin derechos civiles y en fin tantas batallas en todo el mundo que aún siguen pendientes, no obstante, lo que toca ahora es capitular ante los hechos que no son razonables, que siempre conllevan al estatus vacío de la apariencia, a la exquisitez del gusto que está devorando hombres, tierras, recursos y crea esa gran ficción del orden social, del primer, segundo y tercer mundo, encubierto y concentrando grandes decisiones que construyen y destruyen por el poder del dinero, algunas veces bien utilizado por unos cuantos bienintencionados pero despilfarrado por la gran mayoría, el cual goza de poder adquisitivo como nunca lo tuvo y no considera reparo en alcanzar el nivel de vida que tanto anheló y hacer de sí un rey deslumbrado en su propio laberinto de lujos, vicios y pretensiones ostentosas, simplemente porque cree merecerlo después de años de trabajo, estudio, ahorro, sufrimiento, por el entorno, por los amigos, por la familia, por las exigencias que plantea el sistema; cree ser merecedor porque en la vida que llevamos siempre necesitamos un trofeo, algo qué alcanzar, algo en qué gastarlo como se debe y claro sin detenernos a pensar en los excesos, nada porque sentirnos arrepentidos ya que el ahora jamás te cuestiona. La gente no vive pendiente en cuánto se mueve la estadística de todo lo que hace o deja de hacer, cuánto impacta esto en su medio social o en las cifras macroeconómicas, asumiendo que como él, muchos en un tiempo distinto también actúan de la misma forma. El instante íntimo de una persona perdura en el reducido espacio en que nos movemos y existimos, sin pretender ir más allá, donde desemboca el agua, donde se pone el sol o donde se cierne un fenómeno extraño sin interés para la forma de ver o pensar acostumbrada, solo lo hacemos como nos demanda la circunstancia, por encima de muchos, a expensas de un interminable proceso de hombres, trabajo y producción en distantes puntos del planeta, lo cual hace notar los nexos de manipulación para mantener el engranaje operativo del gran sistema global que ha creado interdependencia por unos cuantos urgidos en solventar su nivel civilizado y otros millones puedan solventar su pequeña felicidad monótona alienada, venida a menos.
Es urgente, reitero, por las ideas insertadas, por la acumulación de vicios, por las excusas de esta globalización para dar a los mismos y quitar a los de siempre con métodos renovados de ciencia y entretenimiento, retomar el estado de sensatez, girar el reloj de nuestro destino y sentarnos cara a cara a resolver el por qué coincidimos siempre en la misma catástrofe y nos contradecimos a final de cuentas. 
Las circunstancias reales obligan por otro lado a afrontar a nombre propio un acto deliberado por el bien común, sin ayuda de extraños, sin apoyo superficial, el aislamiento es una excelente situación aleccionadora para entender cuáles son las condiciones selectivas de vida, cuáles son sin quererlo mis condiciones tras un mea culpa, sin solicitar opiniones, sin elevar el asombro que puedo expresar o sentirme victima en desgracia para quejarme o denunciar, haciendo el llamado al líder que no existe, al castigo que no será severo, al sarcasmo para la vergüenza, a un cínico que ya ha perdido toda dignidad y hace burla de lo que pienso, mi manera de ver la vida, de lo que asumía correcto y sano. Es por eso que yo mismo lo haré, canalizando mis deberes y también mis derechos, sometiendo el sistema a la culpa de todos los males, a que no existe un hecho desprendido sin un sacrificio de por medio. El dinero no lo cura todo y las heridas se agudizan más. La distancia debería sentirse de un modo cambiante. Los mejores momentos son definitivamente en presencia, una reunión al mediodía, una tertulia en la noche, caminar, vivir intensamente la actividad, sin medir consecuencias psíquicas teorizadas para que las asumas como tal, sin los deseos desquiciados por estrés al leer el comunicado de tu propia vida en un dispositivo inteligente, con tu rostro ya de por sí agotado, con la presión del cuerpo sometido al rigor de la competencia y el direccionamiento laboral de occidente, quien impone las reglas, te destroza el cuerpo, te consume hasta el mínimo intento de imaginación por convertirte en un títere, un operador dinámico que no debe pensar en ilusiones del tiempo y la charla del microbio y la contemplación después del horario exhaustivo. 

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