jueves, enero 07, 2021

AÑO 2020, TIEMPO DE DESASOSIEGO


¿Ves lo mismo que yo en este momento?
una gran ciudad atenuada por el viento estremecedor de la tarde,
donde todo se agita al unísono,
hasta la ira que dejó la jornada
se condensa en impactantes nubes tóxicas
que pasada la hora punta, se disipan en bajo relieve
sobre el recuerdo pictórico de una campiña
sometida a la crueldad del monstruo urbano.
Siendo esta ciudad un volcán de excesos,
todos nocivos,
es sin oponer resistencia,
una sumatoria de autodestrucción.

Cuando pienso en cada persona,
en esos rostros intermitentes que duele retratarlos
ahora atemorizados, 
agobiados en la necesidad
y distantes del afecto cálido parental,
es cuando siento que mi otro yo se consume para siempre
y abro los ojos para admitir la misma enfermedad crónica,
por los que desafían sin asumir peligros alrededor,
por los que resisten en la calle por unas monedas,
contestándole al sistema todopoderoso
y a los métodos multitudinarios de depuración,
con el resto de fuerza todavía palpitante,
aunque la dignidad del hombre valga el tamaño de un insecto
y la represión tenga ese delirio militar
en toques de queda o estados de emergencia,
nada podrá impedir el desborde social,
romper el cristal del maldito hermetismo,
oponerse cuando las luces se apagan,
darle vueltas al mundo elucubrando revertir todos los golpes
y poder hacer algo mínimo pero grandioso
que nos haga tararear en medio de la pesadilla,
en tanto la impotencia nos embargue en un cuarto lacrado,
los trastornos se vislumbren como el peor caldo de cultivo,
mientras la miseria corroa el último jardín
y las ollas almacenen óxido y telarañas…
Quedará una chispa de fuego vibrando en los corazones,
aunque las entrañas nos devoren con sonidos retorcidos
y el ser humano este reducido a su mínima expresión
y se sienta derrumbado, insular,
con las manos atadas en excesos maniáticos
y esté prohibido el aire puro para él
como todo su pasado ahora ilícito,
ahora su instinto social sometido al fuero de la justicia,
ahogado por la fuerza del omnipotente statu quo.

Es cuando, después de intentar emociones sujetas y deseos sinceros
caemos de rodillas a pedir
la misericordia de una insignificante actividad
un motivo cualquiera para seguir viviendo:
Soñar que despertamos al amanecer
sentimos el agua fresca en el rostro
el viento gélido de la intemperie, 
el pan de cada día en la tienda del vecino,
y la premura al trabajo 
que todo lo hace poseer y todo también lo puede destruir.

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