Una gota cae en el suelo y te levantas precipitado pasada la
medianoche. No hay luz en los corredores, ni el centelleante firmamento que
desciende por vértices en una forma molecular. Tu habitación es un claustro
intocable que atraviesa a otra dimensión, pero no puedes escapar ahora que estas
despierto y muy consciente, con la palpitación progresiva y la maquinación
autómata de objetos garabateados en un plano lúgubre que se acrecienta con tus
mayores temores: La SOLEDAD, la INCERTIDUMBRE y la MUERTE; pero ¿acaso morirás
sintiendo una oscuridad perturbadora?
Miras y das vueltas en direcciones de terror que existen y no
pero te atormentan. Despiertas una y otra vez en la misma cama, bajo las mismas
condiciones y en la misma noche, anhelando ceguedad y amnesia, volviendo al
mismo origen, inerme, con el cuerpo descompuesto y la cabeza tan frágil y a
punto de estallar en una proyección gama, de esa locura recóndita que parecía
sangre fluyendo en la naturaleza abrupta de tiempos duros que no se superan con
taparse la cara y respirar bajo tierra, balbuceando un nombre, el último, la
oración mejor compuesta cuando tu habitación se había convertido en la
geometría blindada que te permite realizar los pormenores maniáticos de una
enfermedad que no tendrá cura.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario