La última vez que pensó,
se dijo con sensatez:
─¿No
sería mejor que ella se busque un ingeniero y yo halle en cuanto antes una
escritora que al menos me acompañe mientras prendo un cigarro?
Porque el amor no se
mantiene con el recuerdo, el amor se mantiene con la locura de acostumbrarse y
soportarse casi a diario; de qué diablos tengo esperanzas ahora que hay
distracciones tangibles y virtuales en pleno siglo de los infieles sin descaro.
¿Quién desea amarrarse a la rutina de una sola compañía bajo un mismo techo que
los hará inmóviles para siempre? ¿Quién quiere reprimirse en aventuras imaginarias
de una noche de suspiros? ¿Quién cree en el amor a primera vista? ¿Quién se
atreve a levantar la mano testimoniando que tuvo amor eterno?
Al final, cuando la última
gran decepción sea el último papel que quede en sus manos, terminará con un
trago más amargo que el de la última vez, despotricando del él mismo, odiando
todas las baladas, todas las demostraciones detallistas y en fin el colorido de
la felicidad; terminará asqueando el afecto y las expresiones carnales; terminará
renegando de su masoquismo estúpido para cortejar con palabritas que se olvidan
al instante, de su idolatría a cometer los mismos errores, a creer en esas
fantasías melodramáticas que no hacen sensible a nadie, y la misma fabulación
para conseguir la quintaesencia, la panacea, el cortocircuito, la piedra
filosofal, el ritual de ubicuidad, el poder para mover montañas y traspasar los
límites cuando toda esa seudociencia es pura mitología de antaño, que todos
hacen caso omiso, porque no quieren saber nada de moral, detestan la
formalidad, el largo plazo, las promesas, se aburren muy pronto y desean que
todo sea inmediato, cercano, práctico, divertido, jocoso, y basado en la
afinidad de oficios, en la solvencia económica para realizarlo todo con quien sea
y a la hora que sea. Por eso terminará con el carácter de un viejo miserable
que ama la naturaleza sin autonomía y
detesta a la humanidad libre que conserva un secreto en la intimidad de su
almohada. Seguramente allí, inseguro y desconfiado hasta de su sombra, empezará el punto de quiebra para sus grandes
producciones nobles y aberrantes, que trascenderán por mucho tiempo, como lo
han demostrado muy bien Nietzsche; Hitler cuando de mozalbete era pintor
enamorado, Poe y sus conflictos sexuales con mujeres de su edad, y en fin se resolverá
como ese psicópata maniático que era Balzac; el Dante, esquizoide; Baudelaire,
histérico; Goethe, alcohólico; Chopin, neurasténico; Franz Kafka, esquizofrénico…Punto de partida o condicionamiento
de una tragedia permanente.
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