sábado, marzo 17, 2018

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Tengo sombrías expectativas de antiguos nombres llenos de tierra
horas anudadas en marionetas de pobreza,
sufrimiento parental desbaratándose en fragmentos,
atisbo inducido por un historial de temor
por el trémulo al extenso túnel de la noche
por el trémulo a escuchar la puerta, los golpes
la insurrecta asunción de embestidas brutales
hasta los efectos de calor derritiendo nuestras sombras
hasta la función en el guion de elogios —de afecto demolido—
y las horas transcurridas en rotativos ennegrecidos
que matan al hombre,
de vicios
de mentiras
y de parsimonia;
prolongan hechos de sumisión bajo el hermetismo
en rezagos de una extraña armonía que lo censura todo
y alimenta más tensión en largometrajes de vida doméstica
que nunca dice nada y solo encubre un proceso agudo de decepciones.

Cuando se desmontan más de esas pequeñas alegrías, algo expira
el irrisorio desdén por el otro
los esfuerzos anónimos de toda una larga vida
para convalecer junto a desconocidos, seres de piedra,
y después de convalecer
ceder a la cama frígida
petrificado de olvido,
de angustia,
de rencor,
de pena,
de remordimiento;
por no querer,
por no vivir,
por no llorar de felicidad
y por no buscar
en el umbral de la memoria
en el inicio de cada decisión
¿cuándo empezamos a equivocarnos de camino?

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