Se oye el crujir de la puerta, una presencia inesperada se hace sentir, mi corazón da sobresaltos, sin embargo, no puedo preguntar quién es, los pasos están muy próximos, el viento golpea violentamente las ventanas y la duda me asfixia entre la almohada y las sábanas… Quizá sea un vendedor y nada más, no obstante, estoy aterrado, ya no recuerdo bien cómo era vivir entre las personas.
Aquellos años olvidados, recuerdos empañados con el ir y venir de adultos y niños donde por el contrario no había espacio para el silencio, no quitaba el aliento a nadie, ahora es distinto, cada movimiento en la casa es un evento acústico de enorme curiosidad, cuando me levanta sospecha qué pueda ser, a veces suelo dar un grito preguntando a viva voz y descuelgo mi cabeza por el tragaluz y, si es de noche doy mil vueltas en todas las direcciones y recovecos con las luces apagadas, mis ojos a pesar de la penumbra pueden verlo todo en su justa dimensión como si mi andar fuera por un túnel o estuviera deambulando entre ramas en medio del bosque tal como hacen las aves nocturnas.
No espero la visita de nadie -nunca la espero-, y las dos únicas personas que habitan aquí desayunan temprano, dan algunas vueltas de rutina, salen a su jornada de trabajo y apenas si regresan para pernoctar, un bucle, la vida desde estas condiciones es más que predecible y sin novedades, el resto del día es de una ausencia eterna y densa. De acuerdo a cada estación del año las manifestaciones naturales o la diversidad de sonidos generados por el hombre encumbra un ambiente alrededor conocido, nada puede salirse de esa armonía incomunicada entre sí, y probablemente por estas circunstancias es posible percibir hasta lo más insignificante, tal como puede ser el trajinar uniforme de insectos, la contracción de objetos de metal cuando la temperatura disminuye o por el contrario asciende, el crepitar de la materia por ser ésta una ciudad telúrica, el dilatar de la madera cuando el calor sofoca o el exceso de humedad por los aguaceros…, insignificancias o certezas que únicamente captan los sentidos en estado permanente de sobresalto, hasta los sonidos orgánicos del interior de un cuerpo humano mientras procesan la digestión de alimentos y la dispersión de tantas emociones al unísono como un impacto psicológico en transmisión multifrecuencia a cada célula viva para el estado de ánimo, infunden temor o tal vez alivio, en mí un estado de congoja, perplejidad solo por el hecho de sentir, percibirme de entre mis entrañas y apreciar la recreación ficticia de asombrosas escenas biológicas recubiertas por extensas membranas, procesos permanentes de succión, despliegues grasosos y la escalofriante circulación de sangre en una oscuridad solamente visible en la imaginación como si todo se estaría proyectando a través de un dispositivo inteligente que recorre y filma cada espacio y secuencia en el interior de las arterias como en un mundo subterráneo, un estudio minucioso para ser monitoreado con el dolor de sentirse al tocar una llaga y al contacto de masas gelatinosas entrelazadas, llegar hasta a lo más mínimo mientras el silencio se agudiza de tal forma que es posible descender involuntariamente hacia niveles donde se aprecia todo tan gigante, infinito y sobrenatural, se siente no tener un cuerpo que logre sostenerse y, entonces se experimenta el levitar como algo etéreo que apenas si conserva conciencia y la visibilidad de lo creado a través de todo cuanto se dispersa y puede traspasarse entre celdas infinitesimales por debajo de algo que va alejándose y se acrecienta mientras se puede ver a partir de una superficie que no tiene firmeza, dando vueltas, girando en la nada, perdiendo los sentidos y recobrándolos al primer indicio de un insignificante eco que se expande y cesa pronto, desaparece como una luz cegadora y se interna en las sombras del crepúsculo cercano a la muerte cuando se está convaleciente o simplemente no se es más que la presencia microscópica que naufraga vagabunda por un mundo de vivos en permanente estallido de expresiones y emociones que jamás cesarán y que todos pueden tolerar y convivir en la modulación exacta con que se fue creado a imagen y semejanza.
Medianoche del doce de noviembre
del segundo milenio.