lunes, octubre 13, 2014

DESGRACIA (relato)


Julián, después de una noche salvaje de juerga con su compadre Aurelio, y el reencuentro fortuito con un par de amigos que aún seguían trabajando como guías de montaña, se halló en medio de una ocasión de aquellas, para dejarse jalonear y deambular otra vez, por esos bares clandestinos de la Variante de Uchumayo, motivado por el inconsciente frenético y ceder a la libertad de instinto, desbandándose a su antojo en los malolientes clubs nocturnos de las grutas, con alguna ramerita de camionero, que lo haga gozar plenamente, sin tomar en cuenta las enfermedades venéreas que allí podría adquirir y sin remediar en reflexiones románticas por esas imágenes familiares impidiéndole alucinar otrora, cuando en ese entonces no tenía quien lo esperase en casa. Y no era para menos, todo pintaba resolverse en una salida eufórica, porque algunas noches terminan siendo prodigiosas y atiborradas de intenso placer.

Julián llegó a su casa pasada las siete de la mañana, cuando el sol ya desmontaba las vergüenzas habituales. Golpeó muy fuerte el portón, tan sonoro posible para que le oyeran en la parte posterior, porque en la entrada, su calamitoso taller de soldadura metálica era toda una muralla de escombro de acero que impedía saber si allí estaban vivos o muertos. No obstante, después de unos largos minutos en que la insolación le abatía el rostro demacrado y sudoso, y al reconocer que nadie le abriría la puerta, se rebuscó la llave hasta en los calzoncillos y al fin pudo entrar, pero ahora de mal humor y algo más coherente, luego de relegar la poca vergüenza por los estragos de la aventura nocturna, que le estaba pasando factura con la resaca que le venía descomponiendo hasta el alma.

Al ingresar a esa casita que había sido testigo de sus tantas amanecidas, encontró un lugar desierto, carente de acogida, nadie aún salía a recibirle ni reprocharle, no se escuchaba ruidos en los dos cuartos que él mismo ayudó a construir con un préstamo de la financiera y la caridad que mandaron sus suegros del extranjero. La casa parecía estar ausente de sus seres queridos; sin su esposa Karito, sin sus hijos Ralph y Sara, sólo fue recibido por el perro pulguiento Kaliman, meneándole la cola, oliéndole con ganas de arrancar el hedor a baño público que llevaba impregnado en toda la ropa. Eso terminó de encolerizarlo, pateó al perro y ninguno aún respondía a sus llamados, el perro se quejó aullando mientras se lamía la pata, él entró furibundo a cada ambiente de la casa para constatar que realmente se encontraba solo, y bueno, por un instante de súbito se le paso la borrachera y reflexionó en que su familia había podido salir a visitar a su mamá, porque era fin de semana y algunas veces había sido así pero con su permiso; sin embargo, un momento después, asumiendo que nada extraño sucedería y con la fatiga comprensible, decidió recostarse y forzar a su memoria desde aquellos años en que empezó a destruir a sus seres queridos. Mientras se desvanecía palpando el desorden de las frazadas en la cama, y se fijaba que no había ni el televisor de pantalla plana comprado a plazos, el computador de sobre mesa que usaban los niños, ni el equipo de sonido que le vendió su hermano Miguel. Se levantó de un brinco aún más irascible y percibió que los cajones de sus pequeños estaban abiertos y casi vacíos, como otros cajones de enseres y objetos de valor; entonces fue que explotó de ira, agarró las escasas cosas que Karito dejó y las hizo pedazos, dominado por un temperamento brutal, mientras la maldecía a ella, haciéndola blanco de todas las vulgaridades posibles, perjurando al viento también, que si la encontraría, la mataría con sus propias manos. Pero luego de ese momento, ya sosegado de esa primera reacción que lo envalentonó, su semblante comenzaba a empalidecer y a hacerse frágil, como si estuviera padeciendo de un gran susto, quizá porque estaba asumiendo la posibilidad real de un abandono, motivado únicamente por su reiterativa desvergüenza. Y así lo entendió de inmediato, porque en el mea culpa golpeándose la sien, alardeaba sus innumerables errores y abruptos irremediables. Sus pensamientos se traducían ahora en palabras que repetía y repetía sin cesar, — ¡por vicioso!, ¡por mujeriego!, ¡por abusivo!, ¡por cobarde!, ¡por cojudo!, ¡por imbécil!, y por no cumplirle a Karito las muchas promesas que le hizo, desde su tiempo de enamorados en el Colca y cuando apenas unos días después, resolvieron casarse en secreto con vista a ese maravilloso cañón.

***

Julián, sabía perfectamente que esta situación podía pasar, fue haciendo tantos méritos para lo peor; Karito se lo advirtió cuando podía discutir con él algunas cosas en la mesa, mientras Julián comía agachando la cabeza hasta el plato, en tanto la mandoneaba como a una empleada frente a sus hijos, quienes eran testigos permanentes de ese espectáculo violento y grotesco. Sólo ahí, Karito le podía reprochar, que no estaba dispuesta a aguantar más sus pendejadas y que se iría, cargando a sus hijos con ella. Julián se reía, por supuesto, y lo hacía porque tenía la certeza que ella era incapaz de hacerle eso, puesto que con él había perdido toda su dignidad. Pero Karito tuvo el valor de pasar por alto todas las amenazas y humillaciones dedicadas a diario por Julián. Fue motivo suficiente para la decisión de llevarse a los niños con ella; los hijos que él abrazaba y besaba de borracho, a los que su mujer educaba a pesar de todo. Por eso un día antes, Karito había resuelto dejarlo en el absoluto desamparo si es que él volvía a las andanzas. Y así fue, Julián quedo arruinado junto al escombro de acero y con todas las ocupaciones del hogar encima.
Las horas transcurrían, Julián se iba consumiendo en el piso falso de concreto que había vaciado para celebrar la bulliciosa fiesta por el primer año de Sarita, donde para peor recuerdo, terminó totalmente ebrio, votando a todos por las malas, porque el licor a él lo embrutecía y lo hacía insoportable. Julián, rompió en un tremendo llanto que lo tenía contenido, por su impotencia ante todos estos hechos. Le recorría escalofríos gélidos por todo el cuerpo, como desencajándolo de la realidad para hundirlo en un vacío sepulcral que bien podía desviarlo más por los mismos vicios que le seguían descomponiendo la vida, desde que hizo amistad en el taller con unos tipos de mal vivir y dudosa reputación. Las horas siguientes fueron más penosas, la ausencia de ellos, era para Julián un dolor que no se aliviaba con nada. Y los momentos que logró descansar, le alteraban fiebres de aislamiento en medio de una región tortuosa, con el sol anulado y persecuciones macabras que terminaban en abismos sin fondo, que le hacían desvariar, en tanto su estómago rugía de hambre. Y como las cosas no podían seguir por ese curso, acudió a su madre, a familiares cercanos, a amigos y amigas, pero de todos ellos no encontró respuesta, ni alguna señal que le muestre pistas del paradero de su familia, solo le quedaba ir a la comisaría, pero todavía no quería tomar esa decisión, quizá porque allí, Julián ya estaba registrado como el matón mugriento que era.
Buscaba en vano, continuaba viviendo sin un por qué, solo y sin más remedio que refugiarse en el alcohol de mala muerte, en la droga que le proveía cada viernes el gordo Valero, y en los vicios lujuriosos de la perversión, si todavía le restaban ánimos para conseguir excitarse por algo.
Afrontar esa situación miserable era el peor castigo para Julián. Ya no sabía qué hacer, fue abandonando poco a poco el trabajo en el taller y todo ese acero lo fue vendiendo a chatarreros con el propósito de pagar sus cuentas y conseguir a cualquier precio sus drogas que al menos le aliviaban por algunas horas. También intentó suicidarse entre tanto fierro retorcido, pero se dio cuenta que era un completo cobarde, el cual no tenía ni el mínimo valor para enfrentar los problemas a su alrededor. Se estaba dejando morir lentamente porque a su querida familia se la había tragado la tierra, sin embargo la última posibilidad era creer que habían viajado hasta Lima, a encontrarse con los familiares de Karito, de los cuales, Julián desconocía su dirección domiciliaria y con quienes siempre se negó a entablar relación alguna. Porque desde un inicio aquellos familiares y los padres de ella que residían en Boston, nunca estuvieron de acuerdo en la relación que Julián propuso a Karito. Desde que se juntaron, cada paso de su matrimonio clandestino se convertía en una maldición más. Aunque los primeros meses de su unión hayan sido estupendos, Julián nunca llegó a entender que Karito era una mujer sofisticada, con otro tipo de educación, venida de otra cultura, con sueños y aspiraciones diferentes a la de él, merecía un trato alturado como cualquier mujer espléndida. Sin embargo los años transcurrieron y parecía que su relación iba en retroceso, sus sueños se desvanecieron, él se convirtió en un patán y ella quedo sometida a una figura sumisa, con andar descuidado, físicamente obesa y sufriendo por todo. El amor se acabó, las cosas se deterioraban y de pronto llegó el primer hijo. Julián dejó de acudir a las agencias de turismo porque resultaba irrisoria la ganancia que obtenía para mantener a su familia. Ya Ralph tenía 3 años y Julián empezaba a darse cuenta que su mujer necesitaba un buen hogar, buenas cosas y salir de esa ciudad para al menos cambiar de aire, pero poco a poco todo fue a peor y un año después nació Sara, la dulce niña de sus ojos, quien por un tiempo le iluminó en nuevas esperanzas para establecerse mejor en un trabajo formal, pero los malditos amigos y el vicio le hicieron recaer, hasta que Julián logró aprender a regañadientes por la ayuda de un primo, el oficio de soldador, como si fuera un último recurso para conseguir dinero suficiente sin alejarse. Julián logro hacerse con un negocio propio de construcciones metálicas, y eso gracias al terreno que le cedió su tía Eugenia, quien era a la vez como su madre porque lo había criado buena parte de su niñez.
Ya no había ninguna duda, eran tiempos que se prolongaban de pobreza y calamidad, Karito quería trabajar y ayudar en la economía, pero él no se lo permitía, sus celos los llevó al extremo, su infelicidad la trasladaba a toda su familia, nadie merecía todo esto, y Julián seguía arrastrándolos hasta ese destino que los hacía más miserables.

***

Finalmente Julián se decidió en asentar la denuncia, abandono de hogar de la  conyugue y llevarse a los niños sin su autorización, por el cual él aseguraba que sus hijos fueron llevados por la fuerza y con destino a Lima. También declaró sobre las cosas que Karito cargo consigo, sin el mínimo acuerdo con su pareja, como si se tratara de un fehaciente robo.

Cuando Julián ya se encontraba retirado en su casa, sin saber qué hacer, empezó a redactar dos cartas a mano, las cuales al día siguiente, las hizo traducir al inglés por dos hermosas turistas canadienses que le presentaron unos amigos dedicados al canotaje, y a las que Julián les cayó muy bien, por su natural picardía, por esa forma de vestir anticuada y ridícula que provocaba risas, y esa mañosería cómica, que lo hacía ver carismático ante los extranjeros.

Con esas dos cartas en su poder ya traducidas, de inmediato las hizo digitalizar para enviarlas por Internet a la dirección electrónica de la embajada de los Estados Unidos en Lima, como le habían indicado en la Comisaría, sobre el procedimiento para impedir que sus hijos salgan fuera del país. De esta forma se dieron las cosas. A los pocos minutos de enviado su correo, la Embajada le respondió que sus archivos fueron recibidos con éxito, por lo que dentro de siete días le harían llegar la información al respecto. Pero al cumplirse la fecha y aún más tiempo, no llegaba ninguna respuesta. Nada había de cierto, Julián volvió a enviar los documentos que requerían, pero nada. Poco a poco y sin respuestas a la vista, sin nadie más que pudiera ayudarle a encontrarlos, porque los padres de Karito le colgaban el teléfono apenas lo escuchaban, él se decidió dejar el trabajo en el taller y nuevamente regresó a ese mundo eventual e imprevisto que era el negocio del turismo. Internándose más en los vicios que ya no le dejaban dormir y le estaban haciendo más enjuto y demacrado con el transcurrir de los días.

Aunque Julián no tenía licencia ni certificados que respalden su trabajo como guía oficial de montaña, lo hacía fraguando carnés y otros documentos. Realmente siempre hacía lo mismo desde que empezó, y por eso le advertían en la agencia, que si algo llegara a suceder en el transcurso del ascenso, toda responsabilidad recaería solo en él. Esa advertencia nunca le importó, como no le importó asumir las riendas de su familia y encaminarla por el camino de la felicidad, pero fue todo lo contrario.

***

Un buen día, al momento que Julián se inyectaba por intravenosa una gran dosis de heroína, suena su celular, apenas si puede moverse hasta la cómoda donde está el aparato móvil, pero alcanza cogerlo antes que deje de sonar y ponérselo al oído. Una voz de mujer airosa le dice:

─Julián, a estas alturas debes estar bien jodido y rodeado de la misma mierda, nunca llegaste a ser el guía que yo quería para mi vida. Me engañaste desde un inicio porque yo fui la gringa cojuda que se tragó todo el cuento y se dejó llevar por una historia de amor que jamás iba a tener final feliz, porque siempre fuimos muy diferentes. La fregaste y te soporte tanto, ni te atrevas a reclamarme, ni te hayas atrevido a recurrir a la policía por lo que te hice, serías un caradura, ni me preguntes por los niños, porque ten por seguro que ellos estarán mejor en cualquier lugar, menos contigo y tus vicios y tus fierros retorcidos, viviendo como indigentes en ese maldito sufrimiento diario que no acababa. Hasta nunca don nadie, no nos busques, en unos días más parto con los niños en un vuelo directo a Boston.

Cuando colgó la llamada después de algo más de cuarenta segundos de desahogo visceral, Julián apenas dilucidaba que fue la auténtica voz de Karito. A él no le alcanzo el tiempo para responder, no tenía ni aliento para hacerlo, se sentía inerme —no eufórico como la primera vez que probó el vicio—, además que su mente estaba tan extasiada con pensamientos en blanco, los cuales no respondían a ninguna proyección, como su cuerpo que yacía impotente para estremecerse de emociones. Por la conmoción se le cayó la jeringa, se derramó el líquido como un ácido que intenta pulverizar la penumbra de esa noche y mostrarle en ese charco inusual, las lágrimas que hizo padecer a su mujer y sus hermosos hijos.

El amanecer al día siguiente, no tenía para Julián ningún sentido, no se levantó hasta pasado el mediodía cuando volvió a sonar su celular, esta vez una llamada desde la agencia para comunicarle que tenía trabajo esa misma tarde. Un grupo de turistas australianos requerían un guía experimentado que los llevara hasta la cumbre más alta del nevado Chachani. Julián replicó que para esas cumbres no se necesitaban guías experimentados, porque el ascenso era muy fácil, todo el trayecto era casi plano, con una mínima pendiente. Sin embargo le dijeron como ultimátum, que si no hacía presencia con todos sus implementos hasta las cuatro de la tarde, que se vaya olvidando de su trabajo allí como en otras agencias del mismo servicio, porque no tenía los documentos necesarios para ejercer en ese oficio. Julián, viéndose forzado, puesto necesitaba el dinero para asistir su adicción, terminó por aceptar. Por lo menos el ascenso no tenía que ser con bicicleta, era obvio que no estaba en condiciones de conducir y menos mantener el equilibrio.

Cuando se encontraba en algo más de los cinco mil metros de altura, decide acampar. Eran alrededor las nueve de la noche, todo iba bien, salvo los contratiempos con el clima que nunca faltan; el ambiente se percibía turbio. En diciembre el firmamento se presenta nuboso, muy presto al aguacero y a las bajas temperaturas. Julián decide acampar varios metros a distancia del campamento de los australianos. Resulta extraño, porque Julián siempre se mostraba en confianza, tratando en diversas charlas amenas y pícaras, sobre todo con las mujeres del grupo, mientras les invitaba pisco o alguna copita de anisado para entrar en calor. Había querido tener esa distancia porque tenía coca en la mochila y no quería testigos. La aspiró tanto, fue demasiado, se estaba drogando en exceso, quizá para olvidar su desgracia, para reemplazar su dolor y melancolía después de haber escuchado las últimas palabras de Karito y saber por fin que jamás volvería a ver a su familia. Aunque se negaba, en tanto lloraba como un niño desconsolado que se adormecía. Se le ocurrió moverse hacia la salida de la carpa; está decidido pero sin brújula, ignorando el frío porque el cuerpo lo tenía tieso. Sale reptando de allí y se dirige atolondrado hasta la ribera de una quebrada. En los efectos de su alucinación, Julián cree ver a sus hijos en ese fondo rocoso, Ralph y Sara, jugando y riendo en los columpios de un complejo deportivo, junto a su esposa que está sentada en el césped debajo un árbol que le proporciona sombra. Ella voltea hacia él, lo reconoce y le advierte desde allí que no se acerque, Julián mueve la cabeza negando, sus hijos le gritan ─ ¡Papá!; Karito se lo vuelve a advertir y esta vez le pide por favor, pero Julián al percibir que sus hijos lo ven y vuelven a exclamarle papá Juli, ─como le decían de cariño cuando terminaban en un abrazo muy tierno y Karito creía que esos momentos anulaban toda la desdicha─ Julián decide avanzar a gritos y dar un gran salto que fatalmente lo lleva hasta incrustarse el abdomen en una de las rocas puntiagudas de la quebrada. Cuando Julián cree que ya se encuentra cerca a sus hijos y su mujer alrededor tendiéndole los brazos, en realidad son los turistas australianos quienes lo están asistiendo y lo levantan sangrando, hasta trasladarlo moribundo al campamento, donde finalmente murió a pesar de los primeros auxilios y los denodados esfuerzos del grupo de turistas por detener la hemorragia.
Su muerte no quedó en el anonimato. En la agencia unos amigos periodistas se enteraron del hecho y llevaron la noticia de su deceso a la prensa. A las pocas horas, la agencia de turismo estaba rodeada de periodistas que se disponían a darle toda la cobertura al fallecimiento del guía de montaña y la historia que quizá lo había llevado hasta ese punto de su adicción y al aparente suicidio.
Con toda la crónica concluida por parte la prensa, al día siguiente en el noticiero matutino, la historia se presenta en televisión:
«…Se supo que Julián Demetrio Moscoso Turpo de 38 años de edad, deja esposa y dos niños, que según las informaciones lo habían abandonado unas semanas antes…»
En ese momento Karito, sentada en la cama de su habitación en Lima, se encuentra viendo la trágica noticia de Julián, mientras alista las maletas antes de partir. Ralph, quien está junto a ella, no sabe porque llora su mamá, y entonces comienza a preguntarle:
─   ¿Qué te pasa mamá?
─   Nada hijito.
─   ¿Están hablando de papá en la tele, no?
─   No hijito, tu padre se ha ido muy lejos a trabajar.
─   ¿Qué tan lejos, mamá?
─   Ni yo lo sé, seguro que muy pronto ya nos volverá a llamar. Porque donde él está trabajando, no entra la señal para comunicarnos.
─   Ah bueno mami, es que lo extraño mucho, quisiera que esté aquí para que nos lleve al parque; aquí hay bonitos parques y además la playa está cerca, podría llevarnos también allí.
Karito, que hace un tremendo esfuerzo por contener el llanto, responde evidentemente compungida:
─   Ralph, ya muy pronto verás a tu padre, ahora ve a tu habitación junto a tu hermanita, mírala en tanto yo preparo el desayuno y alisto todas sus cosas.
Karito apaga el televisor y con ello se apagan también seis años de sufrimiento junto a ese hombre que alguna vez casi la lleva hasta tocar el cielo, en aquel tiempo que escalaban juntos las montañas; y el que también la hizo sentir en lo más hondo de la desdicha, cuando la felicidad poco a poco se había convirtiendo en una vida de sucesivas desgracias, que jamás hubiera imaginado para ella.

Fin 

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