(corrección 0.04)
Es un lugar que se deshoja desde
todas las sangres,
la naturaleza se siente —no así la decencia—
y se opaca con diversas
coreografías innombrables.
En el progreso,
la vergüenza se esconde en el patio
trasero
debajo del folclórico colorido que
traerá resaca
entre risas desfiguradas
—amañado de dolor histórico—
adquiriendo tendencia por agentes
perpetuos del contrabando,
y en comparsa del servicio
con los desequilibrios de la
cultura rica en sabores
sus combinaciones de picardía
y otros sentidos criollos que nos asienta muy
bien a todos.
Las demostraciones de habilidad
empírica
que da el ocio del abatido
son para revalorar y sufrir de
emociones
aún más en un estado-nación sin
ciencia;
revalorar a ese pobre mísero
tercermundista
frente a la alta civilidad que le
es esquiva,
carente total de esa reputación
que la hipocresía en billetes desbordantes de
economía en bruto
no ha podido remediar para su noble bien,
ni con el lavado de dinero negro,
ni con la falsificación,
ni con la manipulación de cifras.
La felicidad de asumir bienestar
en el descaro ingente de la
corrupción
cuando todo es fiesta de la
ignorancia
con compañías que se hacen de doble
filo
porque la confianza escasea,
las juntas se hacen coyunturales
se agudizan procesos para endulzar
y prometer
se altera la psicosis moralista,
la locura de resguardarse entre
barrotes
la inmolación al individualismo
crónico
como envuelto en varias maneras y
de distintas indiferencias
hasta la cobertura de uno mismo.
Los engaños reiterados
como síntomas temperamentales del
instinto colectivo,
la carga de miedo por el origen de
clandestinidad;
el perjuicio de sumisión
interiorizado en núcleos de
parentesco,
la cara opuesta con el rostro
encajado en la misma patraña,
el recibimiento cálido dispuesto a
todo para sobrevivir
mientras una vida de simplicidades no apura
pero el desespero apremia,
y los manuales del “exitoso
empresario”
siguen renovándose en la avaricia
obscena
del progreso al caballazo
a costa del decoro,
humillando la opinión opuesta
degenerando, corrompiendo a
virtuosos
a esos que suelen dignificarse con el índice y
calidad austera,
en esta malparida aventura
republicana perpetua de repugnancia.
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